Isabela de Sagua corona una lengua de tierra donde no hay escapatoria para los seres mediterráneos: a todas partes el mar, el río, el mar. La carretera principal, después que atraviesa el pueblo —ajustado sobre el suelo escaso—, termina en uno de los puntos más septentrionales de Villa Clara. Después el mar. Después los cayos.
Estando donde está, sobre una península de 1 700 metros de largo que oscila entre 200 y 450 metros de ancho, Isabela parece una provocación humana al mar. Una falta de respeto a las tormentas, a la turgencia marina, a los huracanes. Sin embargo, una y otra vez, después de los ciclones, los isabelinos han vuelto a levantar, aunque sea precariamente, sus casas en la costa. Y han echado sus botes a la mar.
En el fondo la gente sabe que si dejaran las tierras y las aguas, si dejaran las salinas y la amplia desembocadura del río, si dejaran los manglares y las discretas playas, también dejarían atrás su condición natural. En otras palabras: dejarían de ser lo que han sido, hasta hoy, toda la vida: domadores del jején, pescadores, vecinos del mar, cocineros y hosteleros.
Mercedes Torres Baena, una isabelina nativa, salió a la cabecera municipal, evacuada. Y sabe que volverá a casa, “pase por donde pase Irma”. Volvió después del Kate (1985), la peor catástrofe que recuerda. Y volvió después del Michelle (2001), un considerable ciclón categoría 4 en la escala de Saffir-Simpson.
Este jueves Mercedes se marchó con 2 817 isabelinos, según reportó la radio municipal de Sagua la Grande. Y eso quiere decir que más de 2 800 isabelinos se repartieron en casas de familiares y amigos, y en la escuela mixta Ramón Ribalta, un centro de evacuación en Sitiecito, casi 20 kilómetros al sur de la costa.
Y con más de 2 800 isabelinos fuera de Isabela, Isabela es ahora un pueblo fantasma.
“Cuando dan la fase de alerta aquí nada más se quedan (tropas) guardafronteras, autoridades del Consejo Popular y la PNR, que es la que cuida el pueblo. Después —cuando llega el ciclón— se van todos”, explica un vecino de la zona, beneficiado con uno de los 26 apartamentos que construyó el Gobierno después del paso del huracán Michelle, en 2001.
Antes de marchar, la gente tomó precauciones: gracias a los medios de transporte asegurados por el gobierno municipal —varios ómnibus, un superbús y un tren de pasajeros—, la gente montó sus bártulos imprescindibles y los envió a casas de familiares y amigos. Dentro de sus propios hogares levantaron colchones y otros bienes perecederos, intentando salvarlos de la inundación. Las bodegas, los puntos de venta en divisa y los restaurantes enviaron todas sus provisiones a almacenes de la ciudad de Sagua. Los pescadores fondearon sus barcos en la desembocadura del río Sagua la Grande.
“Ahora la gente protesta porque te llevan casi 48 horas antes que llegue el ciclón”, retoma la conversación Mercedes. “Cuando el Kate tenías que salir con los goterones cayéndote arriba”, dice, mientras salvaguarda sus pertenencias más valiosas a la altura de las mesas y las sillas.
El huracán Kate apenas tenía categoría 2 en la escala de Saffir–Simpson cuando afectó la costa norte de Cuba, en el año 1985. Sería incomparable con la fuerza destructora de Irma.
“La diferencia es —se consuela otro isabelino— que Irma no va a pasar tan cerca”.
No. Según el último parte del Instituto de Meteorología (INSMET), de Cuba, el poderoso huracán Irma girará bruscamente su trayectoria hacia el norte, una vez que se encuentre sobre la costa central de Cuba, en un punto aún incierto. Isabela de Sagua escapará del impacto directo del fenómeno meteorológico, aunque no podrá escabullirse de la influencia de los vientos con fuerza de tormenta tropical. La altura de las olas de la costa norte de Villa Clara, han pronosticado expertos en medios locales y nacionales, podría alcanzar los cinco metros.
Aunque todas las evidencias apuntan a que, esta vez, el desastre no devastará Isabela, los habitantes de la costa rememoran la destrucción causada por el huracán Kate cada vez que otro ciclón los amenaza: “Esa vez me dijeron que Isabela había sido devastada, que se habían perdido 82 casas alrededor del río y parte de la cooperativa pesquera. Eso fue el Kate”.
En efecto, cuando Mercedes se adentró en Isabela de Sagua, dos días después del paso de aquel nefasto huracán, vio un escaparate sin puertas, vio colchones, vio pedazos de casas. Y adentro de los pedazos de casas vio peces, vivos y muertos.
“Por eso —la mujer hace un gesto de severidad antes de hablar— lo más horrible es el regreso”.