Este es el parte: La Habana Vieja está estrictamente rota, tal como la conocíamos desde antes del ciclón del pasado fin de semana.
Nada nuevo en estos lares.
Claro que hablo de La Habana Vieja profunda, la que no transitan los turistas ni se contempla aún en los planos de restauración que tan maquillada mantienen otras zonas de la ciudad. Por eso tan distintas Montserrate, Cuba, Muralla o Jesús María, a San Ignacio, Obispo o Mercaderes.
Irma, o cualquier ciclón que pueda surgir luego, no llegó a quitarle nada a nadie en La Habana Vieja. Un ciclón aparece por unas horas para recordarles cuán, pero cuán pobres y frágiles son sus casas, cuán pobres y gastadas ya son sus cosas, y el país en que habitan, y ellos mismos. Y por si fuera poco, todos nosotros juntos dentro también.
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Veamos qué tan así es.
Hoy, lunes 11 de septiembre, en la Calzada Egido, no sucede nada extraordinario. Si le preguntas a algún vecino qué tal les fue con el paso del ciclón, qué les llevó, arrebató o derribó, la respuesta es una y la misma: nada.
El mercado Egido, cuyos portales han sido albergue de gente sin techo por muchos años, no está cerrado a causa del huracán sino por restauración desde el mes de enero. Los edificios con paredes derruidas, con hermosísimas formas árabes y arcos ojivales ya muy viejos, no están apuntalados luego del parte meteorológico que informó a toda Cuba que un ciclón, así de rápido, le entraría al país con categoría cinco por el centro y le saldría por occidente, ya menos voraz.
Hay también en la calle Egido una tienda de artículos religiosos llamada El Indio, que atiende un joven amable. Nadie, según dice, compró un santo, una virgen, una estampita más de las habituales. Solo velas, para los días siguientes de apagones. A Noelia, sentada en la escalera de al lado con una mesita en la que ha situado varios productos, le han comprado también muchas velas por estos días. Velas, café, cigarro criollo, es lo que más se vende.
Realmente la gente, con anuncio de ciclón, no va en busca del santo porque ya lo tiene en casa y porque sabe –es sabia la gente– que en cualquier momento, pase un huracán o vengan en forma de rituales las lluvias de mayo, La Habana se cae a pedazos, y eso no es noticia para nadie en estas fechas.
Solo hay que ver a los vecinos sentados en las aceras, como sospechando de sus propias casas, como huyéndole al lugar donde viven. Porque nada ha pasado pero nada ha acabado. Hay otra sentencia que, muy repetidamente, han dicho estos habitantes de la Habana Vieja: no es el ciclón, no son los lluvias ni los vientos. La gente le teme a lo que va a suceder cuando salga el sol y seque, y cuando seque raje las paredes, y cuando raje las paredes, ya todos ustedes saben qué podría suceder en la ciudad.
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Si una cosa lamentan los vecinos, es el accidente ocurrido en Egido y Arsenal. Justo debajo de la ceiba, un hombre reconocido como Alberto Francisco Flores García fue dañado en la cabeza tras la caída de un poste de luz, lo cual más tarde le ocasionaría la muerte.
Un doctor del policlínico docente cercano, Antonio Guiteras Holmes, quien pidió permanecer en el anonimato, ofreció la siguiente declaración: “El sábado se recibió a un paciente con trauma, fractura y herida de cráneo, traído por la policía, quien alegó que un poste de la luz le cayó en la cabeza. Aquí llegó inconsciente, pero con vida. Se le realizó un vendaje compresivo en toda la cabeza, se le hizo una hidratación, y se remitió al neurólogo de guardia del hospital Calixto García”.
El médico, hasta que se publicó la nota oficial en los medios estatales, no sabía que el paciente había muerto.
Existe, más que en cualquier otro momento, una desinformación total de la situación del país que aterra. Podría justificarse, solo en este caso, por la falta de electricidad a causa de los daños en el tendido eléctrico. La gente de La Habana sabe muy poco de Camagüey, y la de Camagüey solo algunas noticias que llegan de boca en boca desde Villa Clara, y los de Villa Clara muy poco de La Habana y así. Recién comienzan muchos a enterarse de que, ciertamente, el huracán causó la muerte de 10 personas en distintas zonas del país. Ya se sabrán de otros estragos o abnegadas brigadas de recuperación cuando pueda verse el parte del Noticiero Nacional.
En los bajos de la casa número 70, de la calle Economía, entre Apodaca y Corrales, Coralia, la vecina más cercana de Alberto Francisco –o Pancho, como cariñosamente corrige–, de unos sesenta años, quien vivía con su hermana que padece retraso mental, salió a buscar comida el día del accidente. Coralia, incluso, le dijo que no fuera, por el mal tiempo. Alrededor de las tres horas, la policía llegó a avisarles que su vecino se encontraba ingresado en el hospital Calixto García.
Coralia cuenta que la ambulancia para trasladarlo tardó bastante y que Pancho perdió mucha sangre. Al rato se confirmó su muerte y fue velado, con poca ceremonia, en la funeraria de la calle Zapata.
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Hay lugares, ya les digo, donde todo sigue perceptiblemente igual. Los montones de basura en las esquinas de siempre, no por el ciclón, sino la basura normal de barrios viejos y en ruinas que ninguna tormenta tiene que venir a desatascar. Un hombre que me grita “Vaya, locota”. Los estudios y pequeñas galerías de arte que afloran en La Habana y que solo venden a los viajeros del momento. Los bicitaxis y los carros de alquiler doblando los precios a su favor. Un niño que salta de felicidad cuando pregunta si mañana hay escuela y le dicen que no. Un turista español que me ha dicho que lo siente, pero que qué bien que le retrasaron el vuelo unos días más. Otros turistas haciendo fotos de su museo en ruinas, para llegar a sus conectados países y exhibirlas en sus timelines.
Camino un poco más y veo intacta una zona de la ciudad: el viejo Hotel Telégrafo, el renovado Gran Teatro, el Hotel Inglaterra, el Manzana Kempinski, el cual, me cuenta un amigo arquitecto, en diez años todos se darán cuenta de que lo hicieron con baratija china.
Esta es la otra parte de la ciudad que se impone. Hay otras pequeñas ciudades dentro de la misma ciudad. La que diviso por San Lázaro y abarca todo Centro Habana y que a cada rato se cae como un viejo enfermo, solo está cediendo lugar, quitándose del medio, desmoronándose poco a poco para que ocupe su sitio una ciudad que aún no se sabe bien cuál va a ser. A la larga, un país es un todo, y las cosas se comportan con cierta coherencia.
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A uno de los entrevistados llamado Roberto, del barrio de Belén, le pregunto si ha sido afectado por el ciclón, si ha habido secuelas, y tal como los demás, responde que no, nada, si acaso un árbol caído, pero su edificio hasta ahora está perfecto. Agrega, no obstante, un dato importante: “Hace dos horas en una panadería de Centro Habana, en una cola para el pan, un hombre se coló porque estaba deseoso por comprar su pan, imagínate, no había podido cocinar nada, y vino otro y le metió una puñalada. Eso sí que es una secuela del ciclón, ¿tú me entiendes?”.