…las máquinas habían succionado en los
músculos de los hombres toda la fuerza que necesitaban…
Máximo Gorki, La madre
En Baltony, plano como un campo de fútbol, es más fácil desarmar a los delanteros de los indómitos Diablos Rojos que encontrar al presidente del Consejo Popular.
—¿Dónde está Caldero?
Isabel Puente, excontadora del central y actual auditora de la Empresa Agropecuaria Los Reynaldo, ayuda en la búsqueda y comenta.
—Los libros tan bellos de la contabilidad del central se perdieron. Vaciaron la bóveda. Guardé unos cuantos documentos y me los botaron.
Muchas cosas se han perdido en el pueblo.
***
El 23 de julio de 1958 los guerrilleros Reynaldo Brook y Reynaldo Chiang cayeron en Baltony, a 23 kilómetros de La Maya, mitad final de Songo-La Maya, municipio oriental de Santiago de Cuba. Hoy, el Consejo Popular nombrado oficialmente Los Reynaldo continúa siendo Baltony en boca de sus pobladores, por Baldomero y Tony Casas, hijos de Baldomero, último dueño del central.
En Los Reynaldo esperan importar maíz, para el molino instalado en la nave sobreviviente del almacén del antiguo central, por eso están arreglando la entrada al pueblo. Luis Enrique Durrutí, el diputado de Los Reynaldo, está en plena calle exigiendo que pavimenten al menos hasta el parque, donde está Coral Blanco, la radio base que por poco desaparece al pueblo cuando cogió candela.
—Es un buey volando, metido por todos estos recovecos –dice la auditora tras la pista del presidente del Consejo Popular, en medio de los animales amarrados a los postes eléctricos. No es difícil imaginar cómo salieron de “estos recovecos” grandes futbolistas, peloteros, yudocas y boxeadores.
Roberto Caldero, el presidente del Consejo Popular, aparece de la nada. Habla sobre la bolsa de trabajo municipal con una madre divorciada. Luego llega Niurka Hernández y averigua por el curso para alcanzar el bachillerato –aquí abrirá un aula para que los muchachos no tengan que viajar hasta La Maya–. Después aparece un viejo fumando, agita el bastón, Caldero y él discuten sobre el cigarro, el señor lo tira con una palabrota. Caldero se detiene, nos presentamos y continúa “el buey volando”. Hasta que dos futbolistas nos capturan.
—Hasta el desmantelamiento del central teníamos al menos ocho equipos de once, todos de tradición –dice Juan Carlos Masó, también ex operador de caldera en el generador de vapor del central–. En el equipo provincial teníamos, en los años noventa, nueve jugadores regulares.
—Hace rato el deporte está flojo, por falta de material –dice Luis Martén, goleador de 1991 a 2005 en el equipo Cuba y actual entrenador de la escuela primaria–. No tengo pelotas para trabajar, todo se queda en Santiago. Los Diablos Rojos no son de allá, como dicen los periodistas, son de aquí.
—Antes estaba la Liga Azucarera, ahora hacemos tres o cuatro equipos –dice el presidente del Consejo Popular–, copas en las vacaciones, juegos de veteranos, a pulmón…, descalzos, y un bando sin camisa, para diferenciar.
—Había muchas áreas de caña pero al final no cumplían –dice Masó–, una cooperativa decía, por ejemplo, que tenía veinte caballerías cuando tenía cinco.
—Cuando se desmanteló –dice Martén–, la gente se quedó en el aire, sin trabajo, y no tenían tierra, casi toda era de caña para el central. Todos dependían del central. Hubo cooperativistas que trabajaron seis meses sin cobrar: Sigan, sigan, que les vamos a pagar.
—Murieron muchos trabajadores –dice Masó–, de infarto. ¿Tú sabes qué es que te digan a ti, padre de familia, con toda una vida en el azúcar, que se acabó? La gente lloró, hombres viejos, que todavía les faltaba para la jubilación. En el parque frente al central murió uno de apellido Pavot. Era tornero, duró seis meses.
—Qué seis meses –dice Martén–, mucho menos.
—Andaba triste… –dice Masó–, era el dueño del parque.
—Yo hablaba siempre con él –dice Martén–, hasta un día… Los que pararon esto vinieron aquí a hacer daño. Al final se fueron y dejaron esto enredado.
***
Donde estaba el central, conviven las ruinas con los espacios en blanco y los locales que hoy son oficinas de la Empresa Agropecuaria. El taller de maquinado, de tornos verticales para fabricar piezas de repuesto, aún funciona.
—En tiempos del central, prestaba servicio a nivel mundial –dice Durrutí–, tremenda fortaleza.
—Se cogía el desayuno –dice Juan Bautista Elías, ex jefe de turno de fabricación de azúcar y después jefe de turno integrado– y todos compartíamos ahí, en los bancos. Esto estaba lleno de palmas. –Elías muestra tres bancos calcinados bajo el sol–. La última zafra de él (el central) fue 2004-2005. Íbamos a parar para darle mantenimiento, pero ya en el mismo 2005 se empezó a desmantelar.
—Era una política del Estado en esos tiempos paralizar algunos centrales –dice Durrutí.
—Como técnicamente era uno de los mejores de la provincia –dice Elías–, las piezas se iban a poner en el Plan Venezuela.
—Al final –dice Durrutí–, quedó un disgusto en este pueblo.
—¿Quién tomó la decisión? –pregunto.
—La Delegación del entonces Ministerio del Azúcar (MINAZ) en la provincia –dice Durrutí–. Los que tomaron la decisión ya no están allí, desde el primer día.
—Después se decidió –dice Elías–, en el mismo año, que iban a virar para atrás, pero habían desmantelado el basculador y echado cosas adentro. El central no era de simpatía, era lejos, no tenía una carretera buena. –Elías ríe–. Hoy tenemos carretera, es como un muchacho que el padre no quiere.
La carretera culpable de la destrucción del central fue arreglada y es actualmente la ruta preferida por los “pisicorre”, automóviles de la década de 1940 con adaptaciones disparejas.
—¿Ahora cuál es el fuerte de la economía? –pregunto.
—La ganadería –responden al unísono.
—No es fácil –dice Durrutí– cambiarle la mente a un pueblo, con su cultura, sus raíces, sus padres, sus abuelos…, lo que veían era un ingenio, que tocaba la sirena… “Va a comenzar…”. Eso no se borra de la mente en muchas generaciones. Y lo otro es que no se ha logrado todavía algo que impacte.
—Yo mismo soy uno que no deja de pensar: “Ojalá hubiera central” –expresa Elías.
—Aparte, ¿cuál es el objetivo del parque de este pueblo? –dice Durrutí–. Cuando los compañeros salían de su turno se sentaban allí, luego iban a bañarse y volvían al parque. Eso ya no existe.
—Yo conozco muchos que están bien –dice Elías–, con trabajos muy buenos, y me dicen: “Compay, si eso vuelve a ser central voy pa’ allá otra vez”. Entre lo que servía y lo que no, esto era algo que le llegaba a la gente.
—Coincido con la política del país –dice Durrutí–, que en esos momentos no podía mantener todos los centrales, pero había que ver, por ejemplo, en Songo-La Maya había dos industrias: Los Reynaldo y Salvador Rosales. Imposible, se quedó el municipio sin potencia.
—Se fueron eliminando los centrales, Costa Rica, el Salvador… –dice Elías– y bueno, yo decía, Los Reynaldo no se puede ir, porque es el centro de todo, por la cantidad de caña…, la caña de aquí llegaba hasta La Maya, a veintitrés kilómetros.
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—Aún estamos aquí vivos –dice Francisco Gaitán, jefe de la Comisión Liquidadora y excontador del central–. Ha sido un proceso lento: desmonte, venta y liquidación de las piezas del central y de los demás activos. Por ejemplo, centros de acopio, la biblioteca comunitaria, el parque infantil. El central tenía la jurisdicción de casi de todo el poblado.
—¿El destino de las piezas? –pregunto.
—El primer destino era para la DIP Venezuela (Dirección Integral de Proyectos). La DIP compraba las piezas a la Liquidadora, las reunía y se enviaban a Venezuela por un convenio para armar centrales allá.
—¿Cuándo comenzó la liquidación? –pregunto.
—El central se paralizó en 2005 y la liquidación comenzó oficialmente en 2006. Nosotros tenemos que hacer una tarja o un monumentico, y debemos tener todos los datos principales, desde su fundación hasta su terminación.
—Antes de la Revolución –interviene Roberto Caldero, quien además de presidente del Consejo Popular es el ingeniero en Telecomunicaciones que atendía la planta eléctrica y las comunicaciones del central, e “historiador” del pueblo–, la fábrica tenía su dueño, pero la caña era de los colonos, la traían “de casa de la quimbamba”.
—Ahora el Estado lo hace todo –dice el Liquidador–. Antes, el dueño del central le decía al colono: “Yo te compro la caña, pero tienes que ponérmela en la fábrica, porque tú eres el que la quiere vender”.
La caña era sacada del campo mediante grúas: cuatro vigas y encima un carrito que se movía para que la carga subiera o bajara. Había algunas que tenían un pequeño motor, pero en todas hacían falta bueyes porque alzaban más despacio que el motor, o sea, al ritmo en que se colocaban los carros para recibir la caña. Las demás grúas eran movidas solamente por bueyes, que también se utilizaban en el tiro and show what to do. Cada carreta tenía hasta ocho yuntas cargando seis toneladas de caña; además, iban desplazando los vagones que eran llenados por las grúas, hasta que se enganchaba la locomotora.
—La locomotora se la llevó Recuperación de Materias Primas –dice el Liquidador–, antes de la liquidación.
—Sí, pero casi pegaíto ahí –dice Caldero–. Eso pasó porque el CAI (Complejo Agroindustrial, el central) dejó de tener que ver con la locomotora, pasó a la empresa de Ferrocarriles, que liquidaba sus medios independientemente. Yo paso un día por la oficina del ferrocarril, el jefe era del municipio Mella, si es de aquí no se atreve, y le grito al de la grúa: “¡Compay, dónde está la locomotora, que eso es patrimonio histórico!”, y me dice: “¡Compay, qué patrimonio ni patrimonio, eso es cabilla, cabilla…!”.
—¿Cómo fue el proceso de recursos humanos? –pregunto.
—Bueno, primero hay que ver el impacto por la idiosincrasia –dice Caldero–, la memoria histórica, el sentimiento, el olor a guarapo, a miel…, el bagacillo, que era una jodedera pero la gente también lo extraña…
—No, y el ambiente –interviene el Liquidador–, el pueblo era otro con zafra. Y entraban muchos más recursos, porque dentro de todo lo que no tenía el país nos priorizaban, la gente quería que el central moliera el año entero.
—Cuando se hizo la reunión en el cine –dice Caldero–, aquello fue duro, la gente lloró, se le apretó el corazón a todo el mundo, todavía se cuenta con sentimiento, pero bueno, se asumió. ¿Cuál era la misión? ¿Estudiar, y ahora, maíz, vaca…? Pa’lante. Muchos años fuimos subsede de un taller internacional de estudio social y trabajo comunitario, y yo le decía a la gente de otros países (eso fue por 1993 o 1994): “Si se quita la población el central es un montón de chatarra, si quitamos el central la población tendrá que vivir de otra cosa pero va a vivir”.
—Jugando bajo protesta –dice el Liquidador, ex manager del equipo de béisbol del CAI en la Liga Azucarera.
—Este mismo –Caldero apunta al técnico de Recursos Humanos de la Comisión Liquidadora– hubiera levantado los cuatro brazos que no tiene para que no tumbaran el central.
—Si uno hubiera podido influir con su voto –dice Braulio Pineda, el técnico–, pero bueno, ahora soy licenciado en Derecho.
—¿Qué sucedió con los desempleados? –pregunto.
—Se creó una oficina empleadora –dice Caldero–, algunos pasaron para otras provincias que necesitaban fuerza de trabajo calificada. Y con la Tarea Álvaro Reynoso, que fue parte de la reestructuración del MINAZ, se implementó el estudio por empleo y el estudio por encuentro. El hoy director de la Empresa Agropecuaria, el jefe de Producción y el subdirector de Recursos Humanos estudiaron por la Álvaro Reynoso.
En Los Reynaldo hubo una sede universitaria, hasta que en 2010 se fusionó con la filial municipal, click here to view más. Se estudiaban varias licenciaturas y había cursos de un año para obtener el bachillerato y avanzar a la universidad. También había una sede del Ministerio de Educación para alcanzar el sexto y noveno grados, además del técnico medio en las mismas especialidades de la sede universitaria.
—Cuando esto era central –dice Caldero–, yo, que soy profesional, campeaba en mi cuadra. Ahora el que tiene plata es el que tiene tierra, el que está directo en la producción, pero hay que estar en el surco, con el buey, el maíz. Hay gente que se ha metido en ciento y pico de mil pesos en una cosecha, inventan su molinito…
—Son contados –dice el Liquidador– los usufructuarios que han levantado cabeza, o sea, con una casa, una familia…, ha sido: cojo como viento morrón y mañana sigo pinchando porque no tengo plata.
—Hay tres clases de campesinos –dice el técnico–: el potentado, el que tiene un pedacito de tierra y el usufructuario, el tipo que tiene mucha plata hoy y mañana no tiene na’: “Me lo comí, me lo tomé, y al otro día estoy igualito, con una mano alante y otra atrás”.
—A partir de que el central se volvió agroindustria (CAI) –dice el Liquidador–, por el 1982 o 1983, todo lo que se perdía iba para él. ¿El policlínico se está cayendo? Allá corre la gente del CAI. ¿La tienda? ¿Esto y lo otro? El puente de la carretera lo pagó el central. ¿Tú sabes cuándo se lo quitó de arriba? Cuando llegó la Liquidadora, se le entregó a Viales. ¿Qué es lo que yo iba a hacer como Liquidador con un puente de la carretera, traerlo para acá? Eso no es nada, empecé a buscar, había 7 presas, de la Liquidadora, eran del CAI, se pasaron a la Agricultura. Por ejemplo, la de Joturo, que nunca fue de aquí, era de aquí, ¿entendiste ese jeroglífico?, y desde que se hizo de quién era, de Recursos Hidráulicos de La Maya, ¿todos esos gastos de quién eran?: azúcar, azúcar, azúcar…
—El dueño de las cosas cuida bien –dice el técnico–, si es otro el dueño entonces hay despilfarro.
—Ahora aquí están las UB (Unidades Básicas) de Cultivos Varios, Gestión, Servicios y Pecuaria –dice Caldero–, más el taller del ZETI (Empresa de Servicios Técnicos Industriales), la sede de la empresa de silos de Santiago de Cuba y la Liquidadora; han desaparecido la leña: cada quien cocina y come aparte, uno al lado del otro, ya no hay dónde buscar leña, ni con el tractor.
—En esta Liquidadora –dice el técnico–, uno se da cuenta de la cantidad de cosas que dejaron de poner y la cantidad que pusieron. Para buscar el código REEUP (Registro de Empresas Estatales y Unidades Presupuestadas) fue tremendo lío. Cuando tú estás ahí es que tienes personalidad jurídica, existes. La empresa que se disuelve enseguida entra en proceso de liquidación. Una vez que termina este, se extingue del registro, o sea, deja de existir. La Empresa Mielera que sustituiría al CAI y al final nunca se materializó, a los efectos todavía existe. La Liquidadora queda en el lugar donde funcionaba la empresa, con todos sus derechos y obligaciones, y aquí nos hemos dado cuenta de que hay una cantidad de derechos y obligaciones que no tenemos… Yo voy a La Maya, a la oficina de Estadísticas, y no hay nada. ¿Cómo se borró si la Liquidadora todavía existe? Pasamos tremendo trabajo para que nos dieran un certifico para ir al MINAZ a hacer los trámites de la Seguridad Social.
—Aquello fue una odisea –dice el Liquidador–. Y pasamos menos dificultades porque, aun sin ese código REEUP, estábamos reconocidos en el banco y en todos los lugares. Nosotros qué hicimos: rápidamente en el banco lo que cogimos fue la cuenta, nos quedamos con la cuenta de la empresa (el CAI).
—Aquí se ven cosas extraordinarias –dice el técnico–. Un día, habían pasado como tres años, estábamos aquí, liquidando, y se aparece uno, el tipo vino de allá de la Delegación del MINAZ en la provincia, llegó cortando rabos y orejas: “No, porque aquí hubo un mal proceder…”. Yo me quedo mirando y digo: “¿Este tipo estaba en la luna cuando pasó todo esto?”. Si cualquiera sabe que cuando una empresa entra en liquidación es como una comunidad matrimonial de bienes, cuando se disuelve el matrimonio lo que se hace es un inventario, se evalúa cada bien, y después se liquida, y salió medio central y ese tipo se aparece con su “mal proceder”, a los tres años, un tal Revilla, parece que estaba en el cosmos.
—Lo primero que pasó fue que nos encontramos un cuarto del central prestado –dice el Liquidador–. Llegamos el año siguiente a la paralización, aquí había dos tipos y nada más era: “Oye, Juancito, préstale al Liquidador tal motor; oye, Juancito, préstale al Liquidador tal bomba”. Eso fue una operación del MINAZ, dos infelices hombres velando todos los hierros, y metieron una DIP Venezuela que creían que eran los dueños de esto, con un tipo al frente, que era un poderoso. Y cuando me mandaron para acá yo le dije a un infeliz de esos: “Compay, ¿tú tienes guardados los papelitos de todo lo que ha salido de aquí?”. Aquel hombre muy sanamente me dijo: “Yo lo tengo todo, Gaitán”. Entonces cojo y le digo: “¡Tíralo todo en esta mesa!”, y empezamos: “Este fue hacia tal central, este para este…”, y después de aquello a hacer una hoja de trabajo por cada central y hacer precio. Aquí nadie vino a asesorar nada.
—¿A buscarle precio a lo que ya estaba en otro lugar? –le pregunto.
—Pero había que venderlo, si estaba prestado igual teníamos que liquidar. Fue creada la Liquidadora pero quien tenía el poder era la DIP, porque era la que tenía el convenio con Venezuela. Tuve que gritarle cuatro cosas al de la DIP aquí en medio de la plaza, tenía que contar conmigo. Ah, si me botaban, que hiciera lo que quisiera, y éramos buenos compañeros y amigos. Además, se crea la Liquidadora y cuando yo vine la orden era: a la Agropecuaria dale todo lo que quiera; si ya lo tenía, lo único era hacer papeles y decir: “Tú tienes esto y esto, firma aquí”.
—Y el enredo que se formó –dice el técnico–: “¿De quién es esto?”, “No, esto es de esto, esto es del otro”. Caballero, eso no pasa, eso no debe suceder. ¿Una empresa no tiene cuáles son todos sus activos fijos y tangibles?
—Para los centrales que preparaba Venezuela, ¿qué mandaron? –pregunto.
—Para Venezuela… –dice el Liquidador–, si llegaron a ir para Venezuela, fue un montón de cosas: motores, bombas, vigas, tanquería… El país cogía de aquí una parte, de otra Liquidadora otra, y así, se conformaba en un lugar o en el puerto, se arreglaba o pintaba si necesitaba.
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Baldomero Casas, gallego muy pillo que hizo fortuna cuando dejó a Cuba sin manteca para después venderla a sobreprecio allá por los años cuarenta del siglo pasado, hizo modificaciones para aumentar la norma potencial del central, igual que sus antecesores, hasta que llegó la Revolución de 1959.
En 1936, se creó en la industria el explosivo sindicato azucarero que se declaró en pie de guerra contra la Alemania nazi. El banquero Jacinto Pedroso, entonces dueño de la fábrica, acababa de desaparecer con todos los salarios, así que la Maisí Sugar Company tomó la hipoteca. Pedroso se la había comprado a Federico Almeida, compadre del presidente de la república y ex mayor general del Ejército Libertador Mario García Menocal, El Mayoral.
Almeida había ocupado las tierras de los campesinos y convertido los cafetales en cañaverales sin fin en cuanto compró las piezas del central a los Bosch, que las tenían desde 1914, cuando desapareció Táxido Bueno, el primero de los dueños que se recuerdan.
En tiempos inmemoriales, en este predio sobre la raspadura de azúcar que era Cuba en medio de la sal, puso la primera piedra alguien de este pueblo. Hoy, sin ingenio de azúcar, tras llorar su fábrica, que era de todos y de nadie, la gente es menos dulce. De todos modos, insepultas, las partes del coloso, el corazón acusador, palpitan.