La casa de José Luis Acosta, o Luisito Cadeca –como le conocen en Cayo Granma–, resistió el huracán Sandy, en 2012. Cayo Granma es un pedazo de tierra en la bahía de Santiago de Cuba y la casa de Luisito Cadeca estaba hecha de madera y algunas paredes de hormigón, en el mar, a dos metros del pedazo de tierra que es Cayo Granma. Cuando lo entrevisté en febrero de 2016, Luisito decía que cada cierto tiempo venían “funcionarios del gobierno haciendo un censo para ver cuánta gente se quería mudar”.
Casi nadie.
Nadie se quiso ir antes de Sandy. Nadie se quiere ir tres años después de Sandy. Y pareciera que no queda más remedio que irse ante la cercanía de Matthew, un huracán categoría 4 en la escala Saffir Simpson, que podría azotar la zona oriental del país durante diez horas. El enlace IV, transporte que usan los del Cayo para ir a Santiago, ha trasladado a los habitantes hacia los centros de evacuación, según imágenes publicadas en los medios de comunicación locales. Luisito Cadeca se fue junto a su esposa y sus hijas a Altamira, un poblado dentro del municipio Santiago de Cuba.
—Dicen que las olas van a llegar altísimas y ya la marea estaba subiendo cuando salimos– cuenta Leyris, su esposa, por teléfono–. Sacamos todo, aunque todavía nos quedaban algunas cositas, y dejamos las puertas y las ventanas abiertas para que el viento no nos desbarate la casa.
Hoy Luisito Cadeca no está en la vivienda de su padre en Altamira. Lo llamaron por teléfono desde el gobierno para darle la noticia. A tres años del huracán Sandy, a diez horas del huracán Matthew, a Luisito le van a entregar las llaves de su nueva vivienda.
Hace dos días las autoridades iniciaron la evacuación de quienes habitan Cayo Granma. La noche del domingo, las olas eran como de cuatro metros, cuentan los vecinos del lugar. “Chocaban con la casa y temblaba la madera”, dice Leyris. Pero todavía queda gente allí, gente que no se quiere ir.
Noel Santiesteban –lo llaman El Maestro– refiere que cuando se declaró la fase de alerta ciclónica el segundo secretario del Partido Comunista de Cuba en la provincia y el presidente de la Zona de Defensa insistieron en la importancia de evacuar a la población. Evacuar, en Cayo Granma, no significa mudarse a las casas en mejores condiciones, sino dejar el cayo. Irse. “Pero en el Cayo quedan aún 200 o 300 personas”, dice Noel, “y ya tienen planeado dónde van a pasar el ciclón: en algunas casas con techo de hormigón (pero no son muchas), en la farmacia, en los consultorios, en la tienda”.
Con la gente del Cayo quedaron los doctores. “El gobierno reforzó el kit de emergencia y ha suministrado los medicamentos más importantes”, añade Noel. Las tres lanchas que sirven de enlace con la provincia ya no están funcionando.
—¿Se quedaron incomunicados entonces? –pregunto a Noel.
—No, aquí siempre hay algún botecito para casos graves –responde–. Y en el puesto de lanchas hay walkies-talkies.
Noel es discapacitado. Su casa está en buenas condiciones: la fachada es de madera restaurada, tiene una rampa especialmente diseñada para subir en su silla de ruedas, entre la sala y el patio interior el techo es de tejas francesas y su cuarto tiene paredes de mampostería. Está a doce o quince metros por encima del nivel del mar. Pero un botecito no podría atravesar la bahía con olas de hasta diez metros de altura como las que se prevén para Matthew.
***
Songo la Maya fue el municipio más afectado de la provincia por el huracán Sandy. Jutinicú, el pueblo más afectado del municipio. En Jutinicú hay un teléfono que brinda servicio a toda la comunidad. María del Pilar Leliebre y la doctora Yuneiky Guerrero se turnan para explicarnos que los 1.496 habitantes del pueblo se refugiarán en las cinco casas que tienen techos de placa.
—En cada casa hay un médico –dice María del Pilar–. También habrá gente en la estación de ferrocarril y en la biblioteca. Pero en la biblioteca se quedan pocos porque según escuché no tiene muy buena seguridad.
Los dueños de las cinco casas de mampostería de Jutinicú, construidas con medios propios, han sellado las ventanas. Además de estas, un convenio de colaboración internacional permitió la construcción y reparación de 43 viviendas para campesinos de la zona entre 2011 y 2015.
—¿De qué es el techo de su vivienda? –pregunté a José Miguel Castillo, uno de los campesinos beneficiados por el proyecto, en noviembre de 2015.
—De zinc, con madera de apoyo –respondió.
Casi un año después, José Miguel deberá abandonar su vivienda. “Algunas de las casas de los campesinos no están terminadas y son de mampostería; pero ninguna tiene placa”, dice María del Pilar. Con techos de zinc, nadie quiere correr riesgos.
Los de Jutinicú saben cómo lucen los huracanes cuando tocan tierra: “las tejas empiezan a volar y los árboles a caer” (José Miguel Castillo), “es una cosa totalmente arrolladora, hay una oscuridad plena y no se ve nada” (Lutguery Maceira), “todo queda inhabitable, devastado, lo pierdes todo: techos, paredes de madera, todo va abajo” (Luis Fuentes Padilla). Hay quienes, como Nurys Leykis Cruz, ni siquiera quieren “hablar de eso”.
Para llegar a Jutinicú hay que atravesar un puente. Debajo, corre el río. Si el río se desborda, Jutinicú queda incomunicado. Por eso hay siete médicos para atender a los pacientes hipertensos y diabéticos que viven en el pueblo. “El policlínico envió los medicamentos”, confirma la doctora Yuneiky Guerrero, de Songo la Maya.
Cuando se vaya la luz, los del pueblo no tendrán vías para informarse. En la tarde del lunes 3 de octubre quitaron la luz en Jutinicú. Sus habitantes no tienen radios de pila. Confían en que la carga de los celulares de los pobladores permita resistir hasta que Matthew se haya marchado.
***
El huracán Matthew debe ensañarse con Guantánamo. Mientras llega, Baracoa espera. Marlenis Martínez, facilitadora de los proyectos de gestión y reducción de riesgos del municipio, explica que hay 27 centros de evacuación activos donde permanecen casi 17.000 habitantes de los 89.000 pobladores del municipio. Las embarazadas, ancianos y lactantes están en instituciones de salud.
Cuando hablo con ella, el municipio Baracoa aún está en calma. Pero Marlenis sabe que cuando anochezca van “a empezar a tener los fuertes vientos del poderosísimo huracán”. Y cuando empiecen los vientos más fuertes quitarán la electricidad.
—¿Hay alguien que se haya negado a ir a los centros de evacuación? –indago.
—No, por suerte, el municipio Baracoa es disciplinado –responde Marlenis–. Cada vez que vamos a las viviendas a evacuar, aunque no tenemos la experiencia de Santiago de Cuba y Pinar del Río, las personas que están en zonas vulnerables salen de sus viviendas.
Durante la mañana del tres de octubre, autoridades de la provincia recorrieron el viaducto de La Farola. “Cualquier deslave podría obstruir el tránsito, por eso se trasladaron todos los recursos disponibles (incluyendo los linieros y los alimentos básicos) desde la sede provincial, de manera tal que permitan la subsistencia de la población por varios días”, confirmaron funcionarios de la provincia a la televisión local.
Cuando no hay ciclones, en La Farola han ocurrido deslaves. “Imagínese usted con el huracán y los vientos y las lluvias que trae. Podríamos quedarnos incomunicados”, dice.
—¿Y la carretera que conecta el municipio con Moa?
—La carretera de Moa está en mal estado y está rodeada de ríos y puentes. Con las inundaciones y el crecimiento de los ríos, podríamos quedarnos incomunicados por esa zona también. Ese es el peligro más grande que tiene Baracoa: la cercanía con el mar y la cantidad de ríos que tenemos. ¿Usted sabe cómo nos dicen a nosotros? Baracoa, la ciudad de las aguas.
*En este reportaje colaboraron Geisy Guía y Mónica Baró.