—Yo voy a empezar a hablar mierda y después tú quitas lo que te parezca.
El Miguel Salcines que tengo delante, espigado, canoso, siempre con un sombrero encajado en la cabeza, no habla como el Miguel Salcines de las entrevistas que circulan por ahí. Este, el de carne y hueso, dice mierda, culo, pinga, cojones y etcétera. Muchos lectores con alma de abuelita agradecerían que se suprimieran esas palabras, o que se remplazaran por algún eufemismo, pero el resultado de eso sería el equivalente literario al café descafeinado: más sano, pero menos auténtico. Ni siquiera un hombre como Salcines, que lleva cerca de 20 años promoviendo la salud, me perdonaría una versión descafeinada de sí mismo.
Miguel Ángel Salcines López nació en Gibara, provincia de Holguín, en 1950, y un curso emergente lo trajo a La Habana, en donde se quedó a vivir a finales de los sesenta. En Holguín había recibido un entrenamiento en riego y drenaje y aquí se hizo técnico medio en Agronomía. Trabajó en la dirección de Riego y Drenaje del Ministerio de la Agricultura, hasta que alrededor de 1996, en pleno Periodo Especial, el ministro de la Agricultura les dijo a sus funcionarios que todo el que deseara incorporarse a la agricultura rural o urbana estaría liberado de su cargo.
A Salcines lo designaron jefe de Agricultura Urbana en el municipio Habana del Este. Entonces contaba con el apoyo de varias instituciones científicas que, por el recrudecimiento del Bloqueo y sus probables consecuencias, desde antes del Periodo Especial estudiaban las maneras de desarrollar una agricultura sin petróleo. (Cuando algún norteamericano le pregunta de dónde nos viene esta furia de la agricultura orgánica –y se lo preguntan con más frecuencia de la que él quisiera–, Salcines suele responder: “De Ronald Reagan”).
—Entre mis obligaciones –dice– estaba la entrega de tierras ociosas en la ciudad a personas dispuestas a trabajar en la agricultura. Eso me permitió asignarme un pedazo de tierra en Alamar y renunciar a mi cargo como delegado. La responsabilidad era demasiado grande para mí.
Salcines asegura que no se arrepiente de su renuncia, y cuando dice que no se arrepiente uno casi está obligado a creerle, porque ese pedazo de tierra es de las mejores cosas que le han pasado en la vida.
Desde el comienzo, trabajó en conjunto con ONG nacionales y extranjeras, lo que le posibilitó realizar un estudio de factibilidad y luego un plan estratégico de desarrollo. Los cinco cooperativistas del principio llegarían a ser 185. Poco a poco, la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) “Organopónico Vivero Alamar”, con Salcines al frente, comenzó a tomar otra dimensión, a diversificarse.
—Yo diría que nos fuimos delante del pelotón, porque empezamos una casa de posturas con tres millones de posturas, umbráculo para la producción de frutales en bolsas, plantas ornamentales y medicinales y espirituales y aromáticas, vegetales en general, cría de toros y conejos, caña de azúcar, producción de compost, una pequeña industria, casa de cultivos protegidos, casa de cultivos semiprotegidos, cultivos intensivos, cultivos tradicionales, producción de hongos y germinados…
El Vivero, que en 1997, el año de su fundación, había producido unas 20 toneladas de hortalizas y vegetales, en 2006 produjo más de diez veces esa cantidad. En el año 2000 se inició la producción de condimentos secos, con un total anual de apenas 40 kilogramos que a la altura de 2007 llegaría a rondar la tonelada y media. Estos y otros números, extraídos de Cuatro experiencias exitosas en UBPC (Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales, 2007), justificaron precisamente la inclusión del Vivero en este libro.
Según consta en El hambre, para el periodista argentino Martín Caparrós “la idea de que hay que volver a los cultivos orgánicos a escala individual o pueblerina es otro efecto del desconcierto”, un modo de refugiarse en “mecanismos de un pasado idealizado”. Salcines, que no ha leído a Caparrós, insiste en que la agricultura orgánica de hoy no es la de los pobladores originarios de América ni la de ningún pasado idealizado, porque la agricultura orgánica de hoy, obviamente, tiene un respaldo científico del que carecían los mayas. Según él, el éxito del Vivero obedece, en parte, a la acertada aplicación de la ciencia.
Hay un puñado de frases a las que Salcines les guarda un cariño especial y es realmente extraordinaria la habilidad con que las cuela en la conversación. Cualquiera pensaría que, llegado un punto, hablar con él acaba siendo aburrido o predecible por esta causa. Error. Es cierto que las repite una y otra vez, como si fueran mantras, pero nunca se sabe con certeza el momento en que uno de estos mantras va a aparecer y la incertidumbre resulta estimulante. Cuando por fin aparece, hay que contenerse para no saltar de emoción (no estoy exagerando).
Mantra # 1: “Yo tengo un mar de conocimiento con un centímetro de profundidad”.
Se supone que un hombre tan empeñado en reconocer sus limitaciones se lo piense dos veces antes de afirmar, sin el más mínimo asomo de pudor, que lo sabe casi todo sobre alguna materia, sin embargo…
Mantra # 2: “Yo lo sé casi todo sobre agricultura orgánica”.
Hubo una época en que no solo intentaron darle fertilizantes, sino que lo presionaron para que los utilizara, y hubo miembros de la cooperativa que se sumaron a la presión. Salcines se rompió la cabeza pensando en una manera de convencer a sus compañeros de que no valía la pena abandonar la agricultura orgánica. El sentido común lo condujo al argumento definitivo.
—Si cogemos los fertilizantes, quizá aumentemos la producción y haya más ganancias –les dijo–. A la larga, eso puede afectar los suelos, pero lo peor no es eso. Lo peor es que está demostrado que los productos químicos dan impotencia sexual.
Las presiones se desinflaron y Salcines, según sus propias palabras, comprobó el tremendo impacto del sexo en la sociedad. En 2014, dos años después de que el cineasta Alejandro Ramírez filmara Tierralismo, un documental dedicado al Vivero, Salcines, cuya reputación había crecido considerablemente, fue invitado a dar una charla en el evento TEDxHabana, celebrado en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba. El reto que se le presentaba entonces era el de hablar sobre agricultura orgánica y comida sana sin resultar muy aburrido. La solución era evidente: sexo.
El título de su charla: “El Kamasutra de la alimentación”.
Hay que decir, en honor a la verdad, que Salcines hace trampa, porque si bien al principio de la charla suelta frases como “No vamos a hablar de posiciones, vamos a hablar de conceptos”, o “Somos un ser social, pero somos un ser sexual”, o “Si quieres tener un sexo sano, come sano; si quieres tener un sexo malo, come malo”, en el 90 por ciento de la charla no se alude al Kamasutra, ni se menciona el leve parecido del lingam con cierto fruto cucurbitáceo que se sirve como ensalada y que algunas mujeres emplean para estimular el yoni… No, nada de eso. Salcines promete un festín, pero termina ofreciendo una merienda.
Hasta no hace mucho, la cooperativa podía permitirse garantizar merienda y almuerzo a sus trabajadores, así como los servicios de barbería y manicura, todo gratis. Eso, junto con los préstamos sin intereses, un horario laboral relativamente holgado (6 horas en verano y 7 horas en invierno) y una forma de pago que combina salario y acciones y que tiene en cuenta el rendimiento y el número de años acumulados, responde a una voluntad de hacer atractivo y ventajoso el trabajo en el Vivero.
Mantra # 3: “El hombre no es lo más importante, el hombre es lo único importante”.
Salcines cree en la necesidad de atraer personas hacia la agricultura. Según él, los medios de comunicación en Cuba no son efectivos a la hora de promover el trabajo en la tierra, que en el imaginario popular, por razones muy diversas, está asociado casi siempre al sufrimiento y es entendido incluso como un castigo. Ciertamente, a la imagen del campesino debería inyectársele un poco de glamour. El guajiro con el azadón, lleno de polvo hasta las cejas y empapado en sudor puede llegar a ser deprimente (no cuesta imaginar a algunos padres señalando el televisor y advirtiéndoles a sus hijos que si no hacen la tarea terminarán como ese viejito de ahí). El sudor, el calor, la suciedad y el esfuerzo físico forman parte del trabajo en el campo, pero –admitámoslo– no son atractivos en términos publicitarios. (Tampoco son atractivas la insalubridad y la pobreza, de ahí que a nadie se le ocurra poner una fotografía de Indaya en ninguna de esas postales del tipo “Cuba, paraíso caribeño”).
—Eso de la biotecnología, la informática, la medicina… pinga. La agricultura era lo gordo aquí. No estoy negando que el desarrollo intelectual de los jóvenes sea importante, pero la agricultura siempre había funcionado y debe funcionar para que este país camine.
El Vivero proporciona alimentos orgánicos, frescos y no demasiado caros a la comunidad, pero no solo. También se venden plantas ornamentales, medicinales y las llamadas “espirituales”, cuyos fines son principalmente religiosos. El Vivero, además, ha creado empleos y ha contribuido a acercar la agricultura a los niños, que en ocasiones van de visita con sus profesores o con sus padres (“Sal de ahí, muchacho, que te vas a cagar los zapatos” es una frase bastante común en estas visitas).
—Ancianos de más de ochenta años se han ido de aquí para el hospital y no han regresado –dice Salcines–. Pero se han ido con calidad de vida, sintiéndose parte de algo y aportando económicamente a sus hogares.
Según Salcines, a muchos ancianos la agricultura les sentaría mejor que el tai chi y el yoga. Él asegura que no tiene nada en contra del tai chi y el yoga, y cuando dice que no tiene nada en contra uno casi está obligado a no creerle, porque hay algo en el tono de su voz que inspira cualquier cosa menos confianza.
El Vivero se ha convertido en una especie de Meca de la agricultura orgánica en Cuba. El número de visitas que allí se reciben es francamente asombroso. Hay visitantes de instituciones relacionadas con la agricultura, y visitantes que vienen de otras provincias y aprovechan la oportunidad para hablar aunque sea un momento con Salcines, al que algunos consideran una suerte de gurú, y otros que vienen de fuera de Cuba. Cuando estuve en el Vivero coincidí con un grupo de turistas norteamericanos extrañamente dispuestos a enfangarse los pies (había llovido y andaban en sandalias), con un grupo de Taiwán, con dos coreanas, con una estudiante guatemalteca de Agronomía que está haciendo las prácticas de su especialidad en el organopónico, y con un estudiante norteamericano y un joven alemán cuya idea de unas vacaciones en Cuba incluye dar guataca y desyerbar canteros. Además de por su prestigio, el Vivero recibe tantas visitas porque está a solo unos pocos minutos de la Habana Vieja y muy cerca de la carretera que conduce a Varadero, por lo que suele ser un destino habitual dentro de los llamados paquetes turísticos.
Según el propio Salcines, la suya es la mejor finca urbana de producción orgánica de Cuba y una de las mejores del mundo.
—Yo estuve en California el año pasado, y te puedo asegurar que la escuela de producción orgánica en Cuba no tiene nada que envidiarle a esa gente –dice–. Ah, nosotros, por el Bloqueo, tenemos limitaciones básicas de insumos, y a veces nos vemos forzados a castrar la tecnología porque nos faltan tuberías, tanques, etcétera. Cosas de muy poco valor que sin embargo nos tienen refrenados.
Y está el otro bloqueo, por supuesto, el de la burocracia y las prohibiciones absurdas. El responsable de que mandaran a cerrar el restaurant de comida orgánica que había en el Vivero y de que el capital generado por la cooperativa no pueda invertirse de manera expedita para crecer aún más o mantener lo que ya se ha alcanzado.
Mantra # 4: “Lo que no crece, perece”.
Y también está –imposible obviarlo– esa clase de gente cuya meta principal en la vida parece consistir en amargarle la vida al prójimo. Salcines, que de niño recibió una formación cristiana, explica la existencia de envidiosos, mediocres y aguafiestas apelando a una mezcla disparatada de teología y choteo:
—Antes de que hubiera el pecado original, los tigres jugaban con los carneros, los venados jugaban con los leones… Un vacilón aquello. Y hubo un tipo (se llamaba Lucifer, no sé si has oído hablar de él) que reunió un tercio de los ángeles del cielo, porque estaba preparando un golpe de Estado. Por supuesto, Cristo, que tenía Seguridad del Estado, se enteró y los botó a todos. ¡A vagar con el pecado original! Y a la larga nos jodimos nosotros. Lo interesante del caso es esto: un tercio de los hombres no sirve.
Salcines se declara ateo, pero la influencia de su formación cristiana es tan persistente que el primer criterio de autoridad al que acude para convencerme de que podemos vivir sin comer carne no es un estudio científico ni nada por el estilo, sino la Biblia. Su argumento, básicamente, es que Adán y Eva se comieron una manzana, no un trozo de bistec. Si le echamos un vistazo al Génesis comprobaremos que el asunto es mucho más interesante.
En el jardín de Edén –el organopónico más famoso de la historia– había varios tipos de plantas: “hierba verde, hierba que da simiente según su naturaleza [léase cereales, legumbres…], y árbol que da fruto, cuya simiente está en él” (Gn 1:12). La dieta de Adán y su mujer era vegetariana, pero debía limitarse a los árboles que dan frutos y a los cereales (Gn 1:29). La llamada “hierba verde”, por su parte, estaba reservada para los animales: “Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se mueve sobre la tierra, en que hay vida, toda hierba verde les será para comer” (Gn 1:30). Así, pues, animales y humanos se diferenciaban, entre otras cosas, por la clase de vegetales que consumían. Luego, cuando la mujer comió del fruto prohibido y lo ofreció a su marido para que lo probara, Dios le auguró a Adán varias calamidades. La que nos interesa: “maldita será la tierra por amor de ti; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida; espinos y cardos te producirá, y comerás hierba del campo” (Gn 3:17-18). Adán, creado a imagen de Dios y destinado originalmente a señorear los peces, las aves y las bestias terrestres, fue empujado a comer, como castigo, comida de animales. De acuerdo con la Biblia, el primer pecado obligó al hombre a modificar su dieta, a la cual, a partir de entonces, se irían incorporando la lechuga, la acelga, el berro, la espinaca, etcétera.
Actualmente, el Vivero se beneficia del Proyecto de Apoyo a la Agricultura Sostenible en Cuba (PAAS), que comenzó en septiembre de 2013 y terminará en septiembre de 2017. Coordinado por la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales (ACTAF), y con financiamiento (231.248 euros) de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación y de la organización no gubernamental Hivos, de Holanda, el PAAS incide en nueve municipios del occidente y el centro del país.
Se prevé que el Vivero, gracias a este proyecto, disponga de una planta de beneficio para las hortalizas, en donde se lavarán y envasarán para su posterior comercialización. Una etiqueta certificará que se trata de productos orgánicos y servirá de garantía a los clientes, lo cual es loable a la vez que irónico en un país donde no hay una política de etiquetado de los alimentos transgénicos. La certificación se hará a través de un Sistema Participativo de Garantía (SPG), en cuya implementación se trabaja.
El SPG, puesto en práctica en países como Brasil, Estados Unidos, India, Francia, Colombia y Perú, es un sistema de verificación alternativo y complementario a la certificación independiente realizada por un tercero, y estimula la participación directa de los productores y los consumidores en el proceso de garantía. Según la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM): “El enfoque primario de mercado local y comercialización directa de los programas de SPG fomenta el fortalecimiento comunitario, la protección ambiental y el apoyo a las economías locales en general”.
La implementación del SPG supone la creación de un sistema de trazabilidad. Gonzalo González, jefe de Producción de la cooperativa, me explica que en una de las computadoras de su oficina se lleva el registro de dónde se compró una semilla determinada, qué manejo tuvo en la casa de posturas y luego en el área de producción, en qué campo y batería de canteros se sembró, etcétera. A cada producto se le asigna un código que indica la ubicación, la fecha de cosecha, más un número que se corresponde con la persona que cosechó ese cultivo. Cuando empiece a funcionar el etiquetado, si a un cliente le da diarrea y piensa que fue por la lechuga y va al Vivero –etiqueta en mano– a reclamar, existe el modo de verificar cada uno de los pasos que siguió esa lechuga antes de ser vendida.
Durante nuestras conversaciones, que se extienden a lo largo de varios días en el mes de agosto, salta a la vista que a Salcines le encanta etiquetar. Sus opiniones-etiquetas, a menudo ácidas y lapidarias, abarcan la papa cubana (“nitrato puro”), Ronald Reagan (“un comemierda”), Barack Obama (“está escapado”), Pitbull (“un anormal”), George W. Bush (“otro anormal”), la propaganda nacional (“fanática y estúpida”), Cuba antes de 1959 (“un feudalismo de medio palo”), los video clips cubanos (“pornográficos más que eróticos”), Fidel Castro (“un humanista romántico”), Pánfilo (“el Tipo”), etcétera, etcétera.
Salcines no habrá leído a Caparrós, pero, según él, de joven se leyó Guerra y paz, Los miserables, a Dostoievski, a Hemingway, a Benito Pérez Galdós, “toda esa mierda”. Ahora, más que leer, se entretiene viendo Telesur o los documentales que copia del Paquete Semanal. Lo último que recuerda haber leído trataba sobre producción biointensiva de alimentos, y tiene el propósito de escribir un libro que, independientemente del nivel escolar y posibilidad económica de las personas, muestre cómo se pueden generar alimentos sanos en el espacio familiar.
El 12 de agosto, mientras nos tomamos una cerveza frente a su casa –a unos metros del Vivero–, la conversación desemboca inevitablemente en el tema que más le apasiona y le preocupa después de la agricultura orgánica: Cuba.
—Hubo un alemán (se llamaba Goethe, no sé si has oído hablar de él) que dijo: “Prefiero la injusticia al desorden”. Aquí, con tal de evitar la injusticia, hay un desorden que le ronca los cojones. –Se da un trago de cerveza, me mira a los ojos, me señala con el dedo–. Ponte a estudiar a Goethe.
—Yo he leído algo de Goethe –le digo riéndome–, pero no conocía esa frase.
Salcines se acomoda en su silla, se da otro buche de cerveza y me mira con cara de “estás embarcado”.
—Búscala –dice–. Aparece en Wikipedia.
Un rato después, teniendo en cuenta que es 12 de agosto y todo eso, la conversación sigue un curso bastante lógico.
—Tienen una obsesión con el cumpleaños de Fidel… Yo lo entiendo, porque soy fidelista, pero los jóvenes no entienden ni cojones. ¡Se cansan! Fidel es Fidel, y yo lo quiero y lo adoro y doy el culo por él, pero está bueno ya. Eso es monárquico, caballo. Eso es religioso. Eso es…
Salcines no abunda mucho en su vida privada y yo no insisto. Lo más íntimo que alcanzo a sacarle es el nombre de su primera mujer –América–, con quien tuvo una hija que trabaja en el Vivero, y el de su segunda mujer –Flor–, que también trabaja en el Vivero y es su pareja en la actualidad. En algún momento me aclara que acuario es el signo zodiacal de las tres mujeres que ha tenido, lo cual me resulta sumamente útil para comprender que hay una mujer fantasma de la que no conozco ni el nombre.
Nuestras respectivas cervezas se acaban y pedimos otra cada uno. El calor es sofocante y en las bocinas suena un reguetón de moda. Salcines, por enésima vez, suelta aquello de que tiene un mar de conocimientos con un centímetro de profundidad, y en esta ocasión decido no contenerme.
—Y si eso es así, Salcines, ¿cómo es posible que diga que lo sabe casi todo sobre agricultura orgánica?
Él me mira, sonríe, se da un buche.
—Porque me sé el teléfono de casi todo el mundo.