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Cuenta regresiva

La comunidad ubicada en la Playa Mayabeque se está quedando sin tiempo. Para ser exactos, se hunde en la costa cenagosa del Golfo de Batabanó mientras el mar se la traga a ritmo de dos metros por año. En poco más de tres décadas, las aguas borrarán lo que es hoy un sitio con 342 viviendas, catorce locales estatales y un amarradero para 36 botes de pesca deportiva.

Su destino parece irreversible. Para 2050, el aumento de 27 centímetros en el nivel del mar hará que la línea costera retroceda un kilómetro y medio en algunos sitios de la costa sur de las provincias Mayabeque y Artemisa. En la Playa, el mar avanzará 500 metros tierra adentro. La zona más ancha del caserío tiene apenas 150.

Junto a este caserío desaparecerá también el resto de los asentamientos ubicados en el borde del golfo de Batabanó: Majana, Guanímar, Cajío, Surgidero de Batabanó y Playa del Caimito. Playa del Rosario, séptimo de los poblados de esa franja costera, ya no está habitada. Su gente se marchó de allí tierra adentro, huyendo del mar. El futuro de los otros seis pueblos será, eventualmente, el mismo. En ese momento habrá peces donde antes hubo personas, mangle en lugar de casas y el mar como única carretera.

No solo estas regiones perderán pueblos. En el año 2050 serán quince los asentamientos inundados totalmente y 78 los afectados de manera parcial en toda la Isla. Cincuenta años más tarde se les unirán otras seis comunidades sumergidas, de acuerdo con los resultados del macroproyecto “Peligro y vulnerabilidad costera (2050-2100)”, auspiciado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA).

Cuando termine el presente siglo, Cuba habrá perdido el 5.8 por ciento de sus tierras bajo las aguas. Un territorio de extensión similar al que ocupa la provincia de Santiago de Cuba, concluye el CITMA.

Playa Mayabeque, justo al borde de la línea costera, será uno de los asentamientos que no verá la próxima centuria.

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Por dos meses los meleneros se repliegan al sur (Foto: Julio Batista)

Por dos meses los meleneros se repliegan al sur (Foto: Julio Batista)

Camiones con bártulos llegan incesantemente a las casas que, cerradas desde al año anterior, solo permanecerán abiertas durante el verano. Es una rutina heredada desde hace ochenta años.

El río Mayabeque es el único que desemboca en un balneario de la costa sur de la antigua provincia La Habana y representa la exclusividad que atrae anualmente a cerca de 3.000 personas que repletan las casitas cercanas al mar. El río también es la única fuente de agua dulce en el lugar.

Aunque desde 1930 el descendiente de españoles Pancho Oliva tenía en el sitio crías de puercos jíbaros y los carboneros de la zona usaban la playa como base para comerciar sus producciones, no fue hasta 1933 que se construyeron las primeras viviendas permanentes en la desembocadura del río, ni hasta 1938 que los viajes se regularizaron para los habitantes de Melena del Sur.

A partir de entonces se edificaron, a lo largo de la costa, casas amplias, de madera y techo de guano, ante una franja de arena con más de 70 metros de ancho.

Hasta los años 60, el viaje desde el pueblo duraba dos horas y la única forma de acceder a la playa era navegando los nueve kilómetros del río. El primer tramo se realizaba en un carro de línea férrea estrecha que unía el central azucarero Merceditas con el embarcadero. Desde ahí debían tomarse los lanchones que llegaban hasta la playa.

En las primeras tres décadas los habitantes fundaron Club Mayabeque, organización náutica ya desaparecida. En 1954 construyeron un balneario popular en la parte oeste, quemado en 1955 como forma de protesta por la dictadura de Fulgencio Batista, aunque casi nadie recuerde quiénes le prendieron fuego. En 1956, la instalación hidráulica –que aún lleva el agua del río hasta las casas– quitó parte del trabajo a las cantinas de Juan y Mario Quiñones, que por años abastecieron de hielo y agua potable a los habitantes. En 1963 se completaría la actual carretera que alcanza la misma playa y llegaría la luz eléctrica.

Por dos meses los meleneros se repliegan al sur (Foto: Julio Batista)

Mediante el nuevo vial de acceso arribarían más visitantes; el carrito de línea estrecha y las lanchas caerían en desuso después de treinta años de servicio. A partir de los años 60 el número de casas de descanso crecería.

En Melena del Sur los habitantes tienen dos barrios: el pueblo, donde pasan todo el año en medio del ajetreo diario, y la Playa, con caminos sin asfaltar, mangle por patio y gente paseando sin camisa y descalza. En muchos casos los vecinos son los mismos en los dos sitios.

Hoy, el río se mantiene como centro de la vida en la Playa. A cada lado de sus márgenes, y paralelas a la costa, se extienden las dos hileras de casas que conforman el poblado. La Calle Este tiene casi un kilómetro de largo; la Oeste, otro tanto. En cada una de ellas la numeración de las viviendas es un mero formalismo. Nadie en Melena, menos en Playa Mayabeque, daría una dirección usando el nombre de la calle o el número que debería tener la vivienda. Allí cualquier ubicación se determina a partir de referencias a los vecinos, a la cafetería estatal Init o a lugares que todos conozcan.

Dos puentes de concreto enlazan el caserío. El puente chiquito es para los peatones, el grande para los autos y camiones.

Cuatro puentes de railes de línea y tablas de palma se adentran en la costa del golfo de Batabanó, baja y fangosa, y facilitan el avance por cerca de 80 metros entre las olas. Las oleadas de mosquitos y jejenes, al amanecer y al atardecer, también son un sello del lugar.

Allí el tiempo se calcula en temporadas. Para la Playa el año dura, como máximo, de julio a septiembre. Durante ese lapso el lugar es un hervidero de gente, de niños jugando y personas que deambulan de un lado a otro, de cerveza, música, tangas, pescado asado, pieles tostadas, carros, motos, pizzas, molletes, mesas de dominó en los portales, ron, risas, gente que se saluda a gritos, se abraza, se reencuentra, tiene sexo, duerme en literas, reúne a la familia, baila…

El resto del año el silencio aplasta. Trescientas casas cierran sus puertas en espera del siguiente verano y quienes viven permanentemente en Playa Mayabeque se sumergen en el sopor. De una playa, pasa a ser zona de pesca, y solo los motores de las lanchas cortan la espesa inmovilidad. En esos meses, Eliseo Gasca, único trabajador de comunales del lugar, tiene poca basura para barrer en las madrugadas; y cada día, en los tres viajes regulares de ómnibus, sobran asientos.

En la playa viven 35 personas a tiempo completo, aunque la Comisión Electoral Provincial apenas reconozca nueve electores en el caserío y solo una familia tenga residencia legal allí.

Sin embargo, legales o no, los 35 forman parte del Comité de Defensa de la Revolución inscrito como el número siete de la Circunscripción 26. Hace unos meses, al último presidente que tuvo el CDR lo sorprendieron mientras trataba de salir ilegal del país por Pinar del Río. Desde entonces, el CDR no funciona.

Marciano Fuentes dirige la Base de Pesca, es el comprador facturador. Hace 15 años que trabaja en ese lugar, y aunque no vive allí, llega todos los días a las cinco de la madrugada y sale a las siete de la noche. Una vez por semana hace guardia en la Base. Él es quien tiene una lista con los 35 nombres, quien conoce a todos. Su trabajo, justo a la entrada del poblado, es un punto privilegiado. Nada sale o entra de la Playa sin que él lo sepa.

Su labor es la de intermediario. Despacha de los botes de pesca y almacena en las neveras los peces que luego venderán a la empresa Acuabana. También recibe los cheques a nombre de los pescadores inscritos en el registro de la Base. Vestido siempre con ropa militar, Marciano es lo más parecido a la autoridad local.

En Playa Mayabeque no existe la telefonía fija y la cobertura para los móviles es casi nula. Los servicios médicos solo funcionan durante las vacaciones, cuando una posta brinda atención las 24 horas del día. Fuera del verano los playeros deben solicitar los “servicios de rescate y urgencia a través de la ambulancia del policlínico municipal”, confirma la descripción del asentamiento que posee la Delegación Municipal del CITMA.

En el caserío no hay bodega o escuelas, y el fondo habitacional está diagnosticado de regular a malo en el Estudio de Peligro, Vulnerabilidad y Riesgo (PVR) del municipio. En la playa solo se mantienen abiertas dos cafeterías estatales todo el año: el Init y Las Almendras. Esta última nació de los escombros.

Evaristo es el cocinero, almacenero y vendedor de la cafetería que él mismo construyó (Foto: Julio Batista).

Evaristo Hernández tiene 57 años y hace seis que vive permanentemente en Playa Mayabeque. Entre 2011 y 2014 custodió la casa de recreo perteneciente al sector azucarero, conocida como el Plan Caña. Recuerda que la entregaron al gobierno municipal el 10 de diciembre de 2014, y el 20 de enero la demolieron. En aquel lugar plantaron cinco sombrillas de guano y diez bancos de concreto. Evaristo, contratado por la Empresa Municipal de Comercio, construyó allí Las Almendras con tablas de palma y comenzó a operar la cafetería.

La empresa de Comunales debería recoger la basura con una frecuencia de dos veces por semana, llegando a tres en las vacaciones. Sin embargo, los pobladores aseguran que solo sucede una vez, a veces menos.

Todos los días, en la mañana y la tarde, el motor instalado a orillas del río abastece de agua las viejas tuberías instaladas en 1956. En esos ratos Mayelín Parra lo enciende y vela por el consumo eléctrico, para que los kilowatts asignados por la Empresa Eléctrica duren todo el mes. En la Playa, Mayelín se encarga de darles agua a las casas. Agua para lavar, limpiar y bañarse. Mientras el motor funcione.

La que usan para beber y cocinar llega en pipas desde Melena, tal y como sucedía hace casi un siglo. Es un servicio irregular, no alcanza para todos los habitantes permanentes y menos para la demanda del verano. La ausencia de agua potable se suple –quien puede y tiene donde almacenarla– comprando pipas enteras por cien pesos, o dando viajes regulares hasta el pueblo para traerla en los envases que aparezcan. Mientras más grandes, mejor.

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En Playa Mayabeque, frente a las casas, solo está el mar (Foto: Julio Batista)

El Estudio de PVR de Melena del Sur, con fecha de 2011, refleja que el retroceso de la línea costera ha sido acelerado, cerca de veinte metros en los últimos diez años.

Ese proceso de erosión está acompañado por un fenómeno típico de esta zona, la sumersión tectónica de la costa sur en las provincias Mayabeque y Artemisa, documentada desde décadas atrás, confirma Frank Ernesto Ortega, especialista del Centro de Meteorología Marina del Instituto Nacional de Meteorología (INSMET).

Al hundimiento de los suelos pantanosos se suma el aumento del nivel medio de mar (NMM), calculado en 1,43 milímetros anuales, y la reducción de las poblaciones de mangle, que funcionaban como barrera natural para la retención de sedimentos en las costas. La conjunción de los tres factores no ofrece un panorama halagüeño.

Para la Playa no se trata de algo nuevo. El informe presentado al proyecto Manglar Vivo por la ingeniera Isabel Ruso Milhet, directora forestal del Ministerio de la Agricultura, muestra que entre los años 1956 y 1997 el lugar había sufrido una pérdida de 42 metros en la franja de arena.

La costa sur de Artemisa y Mayabeque es la más baja de Cuba, azotada además por eventos meteorológicos que atraviesan la zona con relativa regularidad, asegura Ida Mitrani Arenal, investigadora titular del Centro de Física de la Atmósfera del INSMET. Tales condiciones la convierten en un área de peligro por inundaciones, especialmente en los seis asentamientos ubicados en los primeros 1.000 metros más cercanos al mar.

Datos recogidos en el libro Inundaciones costeras en Cuba reflejan que en la década de 2001-2010 ocurrieron nueve inundaciones catalogadas como muy intensas en la costa del golfo de Batabanó. Además, en el área se registran este tipo de incidentes en con una frecuencia de “dos a tres veces en el año y en ocasiones hasta cuatro, en dependencia de la frecuencia de los sures y del paso de ciclones tropicales”, añade el texto. Los sures, como los llaman los habitantes de esta costa, son los vientos provenientes del sureste que en muchas ocasiones, y sin la presencia de ciclones, desencadenan penetraciones del mar que pueden llegar a ser importantes en algunos puntos de la costa.

Cálculos realizados por Mitrani y comparados con estudios de Ortega reflejan que un aumento de 25 centímetros del nivel medio del mar representaría un avance de entre 500 metros y un kilómetro tierra adentro, en dependencia de la topografía de cada segmento de costa.

Los posibles escenarios tienen un denominador común: al menos cinco de los seis asentamientos al borde de la costa quedarían inundados totalmente. Solo Surgidero de Batabanó, ubicado a unos 120 metros del mar, tendría daños parciales: la mitad del pueblo quedaría sumergida en esta primera etapa.

Pero si el nivel del mar ascendiera un metro, entonces las aguas avanzarían, permanentemente, entre uno y cinco kilómetros tierra adentro. No solo desaparecerían los poblados, sino que los reservorios naturales de agua dulce se verían comprometidos y se afectaría también la calidad de los suelos cultivables. Según el macroproyecto, para el año 2100 el nivel medio del mar podría ascender casi un metro en las costas cubanas.

El ingeniero civil Antonio Piloto confirma que la solución prevista desde hace más de veinte años es la reubicación de estas poblaciones hacia zonas alejadas de la línea costera. Entre 1997 y 1998 Piloto participó en un proyecto para trasladar la comunidad de Surgidero de Batabanó a tres kilómetros del mar. Sin embargo, la resistencia de las personas frenó el plan.

Las características del suelo fangoso y poco estable encarece la construcción de inmuebles resistentes y altos en la costa cenagosa, por lo que Piloto considera que la solución es alejarse, aunque ello represente una ruptura con la cultura de estas poblaciones, conformadas en su mayoría por pescadores.

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Melena del Sur tiene tres cosas sagradas para su gente: el equipo de béisbol, las fiestas populares y la playa. Eso lo saben todos, especialmente el gobierno local.

Pero en 2015 la Playa Mayabeque casi desaparece. No porque el mar azotara como lo ha hecho tantas veces, sino porque la Dirección Municipal de Planificación Física (DMPP) se dispuso a demoler la franja de viviendas más próxima al mar, amparada en el Decreto Ley 212 del año 2000, que regula el manejo integral de las zonas costeras del país y la ubicación de las construcciones localizadas en estos espacios.

Comenzaron por derrumbar el cuartel de las Tropas Guardafronteras (reparado el año anterior). Luego, la casa de descanso del Plan Caña. De esa manera, creyeron, la gente cedería al plan de la DMPF. No fue así. La oposición fue unánime.

En 2015 se celebraron elecciones de delegados a la Asamblea Municipal del Poder Popular y las alarmas se encendieron en Melena del Sur. Nadie amenazó con el abstencionismo. Los propietarios, aseguran, ni siquiera lo mencionaron. Pero que trescientos meleneros y sus familias asumieran tal postura era una posibilidad que los representantes del poder político no estaban dispuestos a asumir.

Fue una lucha a la sombra, una presión no declarada. Y funcionó.

Las protestas llevaron a una comisión de la Delegación Provincial del CITMA a evaluar las condiciones del lugar. Poco después se anunció que Mayabeque dejaba de ser oficialmente una playa, para convertirse en una zona de baño. Las zonas de baño, a diferencia de las playas, no poseen una duna de arena. Y sin una duna de arena amenazada, las casas de la playa –con más de 40 años en su mayoría– quedaban fuera de la jurisdicción de la DMPF. El tecnicismo salvaba el poblado y, presuntamente, las elecciones.

Aunque cambió su denominación, Playa Mayabeque está sujeta a las regulaciones costeras establecidas por las leyes nacionales. Por lo tanto, es una zona congelada: nadie puede irse a vivir legalmente allí, está prohibida la construcción de nuevas viviendas y solo se puede reparar lo que ya existe, siempre y cuando se empleen los mismos materiales, explica Carlos L. del Castillo, presidente de la Asamblea Municipal de Melena del Sur.

En la playa la gente ha tratado de ganar espacios al mar, con lo que sea (Foto: Julio Batista)

El grupo de prohibiciones incluye también la compra-venta de inmuebles o terrenos. Las propiedades en el lugar solo cambian de dueño mediante herencia o testamento. Pero la gente vende y compra. En la Playa las transacciones son actos de fe: se adquiere una casa cuya única garantía es la palabra del dueño anterior, una casa que no se podría reconstruir –por ley– si un ciclón la destruyera al día siguiente.

El mercado inmobiliario en la nueva Zona de Baño es una inversión de riesgo y sin futuro. Se compran propiedades que, probablemente, no existirán en treinta años.

Para los dueños de las casas de veraneo las reglas del juego son claras: sus construcciones no serán demolidas, pero tampoco recibirán apoyo gubernamental para las reparaciones que necesiten, y si estas se desmoronan totalmente no podrán levantarlas.

Solo la única familia inscrita legalmente en la Playa está incluida en el Plan de Ordenamiento Territorial. Para ellos habrá un nuevo comienzo en la zona de desarrollo que se construye en el extremo sureste de la cabecera municipal, pero a la playa no regresarán.

Del Castillo asegura que ello coincide con la política estatal de retirar, gradualmente, a las poblaciones de la línea costera ante el peligro que representa el aumento del NMM. Así sucedió en Mar Verde. Así ocurrió en la Playa Rosario. Es la misma práctica que se aplicará, gradualmente, en la Playa del Caimito.

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Cuando fue evidente que el mar reclamaba su espacio, en la Playa comenzaron a preocuparse. Aún no comenzaba el siglo XXI y ya varios estudios alertaban sobre los peligros de la erosión. De esa preocupación, y de la vulnerabilidad de la zona, nació en 1998 la Comisión Permanente Costa Sur, adjunta a la Asamblea Provincial de La Habana, que funcionó hasta que en 2011 la provincia se separó en los territorios de Artemisa y Mayabeque.

En 1999 echó a andar el proyecto “Evaluación socio-económica ambiental y manejo de la zona sur de la provincia La Habana, Cuba”, con financiamiento de la UNESCO. Dos años más tarde, la primera evaluación del mismo arrojó que, para entonces, ya se había presentado una “propuesta para el financiamiento de la re-localización de los residentes de Playa Rosario, hacia Juan Borrell, un sitio a cinco kilómetros tierra adentro”. Al momento de presentar este documento, 21 familias ya habían cambiado de domicilio.

En Playa Mayabeque la primera opción fue combatir la erosión con groynes, estructuras similares a espigones que, orientadas en dirección al viento predominante, intervienen en el flujo de las mareas y favorecen la acumulación de arena.

Rita Brito, por entonces Diputada a la Asamblea Nacional por Melena del Sur, estuvo en aquel momento cerca del proyecto, “pero la gente no los hizo según lo que se explicó, a la distancia que era necesario, y terminó por ser un fracaso”. De aquel intento fallido quedan algunos montones de piedras en la playa. Algunos de ellos se han convertido en barreras para frenar el avance del mar, en su mayoría, también barreras fallidas.

Luego se trataron de establecer otros proyectos nacidos de la comunidad. Así surgió en 2003 Salvemos a Mayabeque, que impulsó Amelia Martínez Pérez, la China, como todos la conocen. La idea fue crear un movimiento de pobladores que se ocuparan de la restauración de la playa, de su limpieza. Pero no consiguió apoyo institucional ni financiero para sustentarlo.

En realidad, los mejores resultados los han tenido las iniciativas personales. Un ejemplo claro es el Malecón de los Carrocera.

Ramón Carrocera y su hermano pasan sus vacaciones en la playa desde hace cuarenta años (Foto: Julio Batista)

Entre 2005 y 2010 los hermanos Ramón y Antonio Carrocera se dedicaron a recuperar el espacio que el mar les había robado frente a la casa de descanso familiar. Tras el paso del huracán Wilma, en 2005, Tony decidió que pondría el mar justo donde estaba en los años 80: diez metros más allá de su portal.

Cuenta Ramón que primero rellenaron con piedras para crear una base sólida. En un día llegaron a volcar frente a la casa hasta ocho carretas. Después cubrieron el área con otras dos capas de piedras, una mediana y una fina. Cuando el pedraplén estuvo listo, una grúa colocó planchas de cemento prefabricado que sirven como primera línea de defensa contra el mar. Para rematar, ochenta camiones del fango dragado del río sellaron el trabajo de relleno. El resultado: su casa es la única de la primera línea de viviendas que posee cerca de 200 m2 de terreno frente al mar.

El costo del malecón fue superior a los 50.000 pesos.

La repercusión fue inmediata. Aunque para 2010 ya la playa no contaba con una duna de arena, ni se trataba estrictamente de una construcción, recibieron una multa de la DMPF y el dictamen para demoler el trabajo realizado. Después llegó una segunda multa y un ultimátum de demolición. Los Carrocera no demolieron. Apelaron las multas sin recibir respuestas, ni tampoco la visita de la brigada de demolición. Llegó 2015 y la Playa se convirtió en zona de baño. En 2016, nadie ha intentado derrumbar el Malecón.

Para ellos, lo único cierto son los diez metros de tiempo que le han robado a la costa. Ramón sueña con una playa próspera, que aproveche los recursos de su río y fomente el turismo. Pero a sus sueños, y a la playa, el mar les ha puesto fecha de caducidad.

En Playa Mayabeque la lucha por alejar las olas no pasa de ser un simulacro. Contra el mar la batalla está perdida de antemano y solo queda la esperanza de retrasar todo lo posible su avance. Al final el golfo tomará el sitio por la fuerza.

Cuando eso suceda todos se irán, porque los hombres no respiran bajo el agua. Mientras tanto, los meleneros se conforman con disfrutar del verano como lo han hecho durante ochenta años. Llegado el momento, quizás ellos mismos echen abajo sus casas como último acto de rebeldía ante lo inevitable. El destino de la playa lo dictará el mar. El de su gente, no.

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