Una de las mejores sagas de ciencia ficción que se hayan escrito jamás, Dune, tiene como escenario principal un planeta desértico, Arrakis, en donde el agua es el bien más preciado. Mad Max: Fury Road, una de las películas con más nominaciones en la pasada edición de los premios Oscar, imagina un futuro postapocalíptico en el que la sequía configura las relaciones de poder. Muy a menudo, la realidad se obstina en cumplir los vaticinios de la literatura y el cine. Lo peor de todo: nuestro presente está lleno de signos que parecen confirmar algunas de esas profecías. Progresan las ciencias, las tecnologías, las ciudades, pero lo que somos como personas, culturas, naturaleza, cada vez enfrenta mayores amenazas para sostenerse en el tiempo. El ingenio humano ha servido tanto para crear, como para destruir. Vivimos en un mundo desequilibrado. Esencialmente injusto. Pródigo y precario. Permitimos que se represen, sequen o contaminen ríos ancestrales, que han calmado la sed a múltiples generaciones, para que una minoría calme, o intente calmar, su codicia. Permitimos que el egoísmo prevalezca sobre la solidaridad, el absurdo sobre la razón, lo superfluo sobre lo trascendental. Y también, en nuestras cotidianidades, actuamos a veces como si no nos importara el agua. Actuamos con indiferencia, con soberbia incluso. Pero nunca nos importa más el agua que cuando nos falta. En esos momentos vivimos en carne propia sus significados, protegemos cada gota, la atesoramos, y hasta reñimos con otros. Nuestro presente aún se encuentra lejos de las distopías imaginadas por la ciencia ficción, e incluso presagiadas por algunos analistas políticos, pero no está libre de conflictos generados por la utilización del agua. Cuba, en su soledad isleña, no queda a salvo. Aquí hemos transitado de escaseces a despilfarros, incluyendo, en un camino intermedio, soluciones a distintas problemáticas. Periodismo de Barrio pretende con este número, al compartir 26 historias breves de 13 provincias, indagar en esas realidades.
Un país bien podría contarse a partir de la relación de su gente con el agua.