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Zaida

Zaida, por decirlo de alguna manera, camina dentro de su memoria. No nació ciega, pero a medida que perdió la vista su mundo se redujo a la cuadra donde vive. Allí está todo lo que le importa: un hijo, dos nietos, varios vecinos y Rodolfo, su compañero. A sus 68 años se mueve con rapidez en su casa de la calle 11 de Lawton; pero la casa se está desmoronando. Por eso Zaida, desde hace tres años, espera un subsidio.

Jubilada por peritaje médico en 1995, con 47 años de edad, tuvo que abandonar sus labores de taxidermista. Los taxidermistas disecan animales y ese es el único trabajo que Zaida conoce. Desde entonces, sobrevive con una chequera de 242 pesos mensuales, de los cuales resta puntualmente 59 para pagar la deuda por el refrigerador que le otorgaron durante la actualización de la política energética en Cuba en 2005.

Quiso ser profesora y en eso se le fueron un año en Minas del Frío, dos en Tope de Collantes y otro en Tarará. Pero, problemas personales con una de las profesoras motivaron se renuncia. Se casó por primera y única vez a los 21 y seis años después se divorció. Con Rodolfo no se ha casado nunca. Le llama “su compañero”. Cada mañana sale el hombre, que sobrepasa los 80 años, a vender palos de escoba pulidos y regresa al mediodía. Mientras está sola, Zaida fuma, no quiere que Rodolfo la vea terminarse una cajetilla al día.

No le teme a la oscuridad, ni a la muerte. Sus miedos son otros. Llegará el momento en que no verá ni siquiera sombras. Pero cuando eso suceda, Zaida Librada García Mena, mujer fuerte y valiente, no va a dejar que nadie viva por ella. Esto lo repite, al menos, una vez al día.

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Fragmentos de la carta que envió Zaida a Canal Habana (Foto: Ismario Rodríguez)

Fragmentos de la carta que envió Zaida a Canal Habana (Foto: Ismario Rodríguez)

En mayo de 2016, Zaida apareció en el único canal de televisión provincial de La Habana. Dice que se cansó de vivir con las aguas albañales y la mierda dentro del patio, la cocina y el baño. Una tupición en la línea hidrosanitaria afectaba los ocho apartamentos de su edificio, construido en 1928. En diciembre de 2015, se quejó ante los responsables de epidemiología del policlínico más cercano. En los meses siguientes fue también a la Dirección de Vivienda de Diez de Octubre. Nada ocurrió.

Escribió entonces a la sección El Esquinazo, del programa informativo Habana Noticiario, y llegaron los periodistas, las cámaras, los micrófonos. Los cubanos han aprendido que los problemas que salen en televisión se resuelven más rápido. Casi ninguna administración quiere ser acusada de ineficiente en público. La prensa también ha aprendido que cierta dosis de problemas publicados aumenta sus cuotas de credibilidad. Por eso, a veces, los problemas de los ciudadanos pasan a formar parte de los discursos de los medios. Y hasta se solucionan.

La línea hidrosanitaria del edificio fue cambiada. En casa de Zaida repararon además el baño y la cocina. Durante varios días dirigentes municipales de Vivienda, Salud y el Poder Popular la visitaron. 

También pasó a verla Salvador.

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A la taxidermia llegó en 1969, casi por azar. Una amiga le contó que estaban abiertas las matrículas del curso y Zaida se presentó. Un año después se graduaría como técnico B en esta especialidad y empezaría a trabajar en un taller de la calle Belascoaín, entre Desagüe y Peñalver. Su empresa, FauniCuba, pertenecía en ese momento a la Administración Metropolitana de La Habana y estaba dirigida por Eusebio Leal.

No recuerda los detalles, pero un día, después de 25 años de trabajo, los ojos plásticos con los que Zaida rellenaba las cavidades de sus animales disecados comenzaron a salir con defectos. Los errores, provocados por la enfermedad degenerativa de la vista que padecía desde niña, afectaron por primera vez sus evaluaciones laborales y el principal cliente de su empresa era el Consejo de Estado.

En junio de 1993 constaba en su expediente laboral: “Es una compañera cuyos problemas de salud han ido repercutiendo tanto en [la] calidad [de su trabajo] como en la permanencia en el centro”. Se realizó la solicitud de peritaje médico y el dictamen, emitido el 23 de diciembre de 1994, arrojó como diagnóstico clínico la degeneración miópica en ambos ojos.

En ese momento Zaida no lo sabía, pero las yemas de sus dedos se habían curtido con el mismo formol y arsénico con que disecaba un animal tras otro. El deterioro de la sensibilidad en sus manos le impediría aprender a leer el Braille. No podría diferenciar las marcas de la escritura a relieve.

En enero de 1995, Zaida estaba oficialmente jubilada. Se fue a casa. Cuidó primero a su nieto, hasta que el niño empezó la escuela. Cuidó después a su tía, un trabajo que la desgastó física y emocionalmente. Luego vino la operación, provocada por el desprendimiento de la retina de su ojo derecho. “Por desgracia, no salió bien”, recuerda, “y me tuvieron que vaciar la cuenca del ojo y colocar ahí una prótesis porque tenía inflamación y dolores constantes”. Las lesiones en la córnea de su ojo izquierdo acentuaron la pérdida del campo de visión.

En 1998 pasó seis meses en el Campamento de la Asociación Nacional de Ciegos e Invidentes (ANCI). Debían prepararla para vivir con su discapacidad. Los Ciegos –como se conoce el campamento– está a dos kilómetros de Bejucal, a medio camino entre la cabecera municipal y el poblado de Cuatro Caminos. Allí aprendió a emplear sus manos para ver el mundo.

Hoy Zaida apenas percibe colores brillantes y siluetas desde el último resquicio de su ojo izquierdo. Cuando quiere ver lo que tiene delante, ladea ligeramente su cabeza, como quien se asoma por la cerradura para intentar llevarse un retazo de la escena tras la puerta.

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Zaida conoce dónde empieza y acaba cada muro de las casas de su cuadra (Foto: Ismario Rodríguez)

La segunda vez que llego a su apartamento, Zaida prepara el almuerzo. Mientras hablamos, pela las papas. Papas pequeñas porque estamos al final de la cosecha. Papas que se vuelven aún más pequeñas porque, junto a la cáscara, Zaida corta más de lo que se llevaría si pudiera ver. Rodolfo llega al mediodía a la casa, con los palos de escoba que no pudo vender.

Rodolfo fríe y hace café. Fríe porque para Zaida sería peligroso y complicado. Hace café porque la cafetera pequeña, sin asa, es difícil de agarrar. Zaida lava y limpia. “Una mujer fuerte hace sus cosas”, recalca. Zaida no se aventura sola fuera de su cuadra. Hace dos años tuvo una caída y desde entonces su bastón plegable rojo y plateado está detrás de la puerta.

Sus caminatas se han limitado exclusivamente a la cuadra. Allí sí lo conoce todo. Cuatrocientos metros habitados por más de sesenta años le han dejado un mapa bastante exacto de las aceras, la bodega y la carnicería. Sabe cuántos escalones hay que subir para entrar al mercado. Sabe dónde acaban los muros de las casas contiguas. Pero no sabe dónde duermen los perros callejeros. “Fue una sola vez”, recuerda, “venía de casa de mi hermana y no pude imaginarme que el perrito estaba durmiendo y lo pisé. No sé cuál de los dos se asustó más, si él o yo”. Ni Zaida se cayó, ni el perro la mordió, pero ahora arrastra los pies cuando camina, “por si acaso”.

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En 2013, Zaida solicitó un subsidio en la sede de los trabajadores sociales de su municipio para reparar la vivienda. Entre los muchos documentos que guarda Yassel Rendón, especialista principal de Prevención, Asistencia y Seguridad Social del Consejo Popular Lawton, está el expediente número 1.235, cuya evaluación socio-económica fue firmada el 26 de julio de 2013 por la entonces directora municipal de Trabajo y Seguridad Social, Marisabel Ferrer García. Según esta evaluación, Zaida cumplía con todos los requisitos para la aprobación del subsidio: era jubilada, era débil visual y no tenía solvencia económica para asumir las reparaciones de su vivienda.

De acuerdo con el reglamento establecido, una vez presentadas las solicitudes, el proceso de revisión de los casos –que incluye el análisis socio-económico, el dictamen constructivo de la vivienda y la evaluación final del Consejo de la Administración Municipal (CAM)– tiene un término de 45 días.

Zaida esperó casi tres años antes de recibir noticia alguna. “A no ser aquella inversionista que vino a hacer el dictamen técnico y valoró las reparaciones de la casa en 11.000 pesos”, recuerda. Y nada más.

Información ofrecida durante la IX Sesión Ordinaria de la Asamblea Municipal del Poder Popular (AMPP) de Diez de Octubre confirma que hasta junio de 2016 solo se habían analizado 1.869 expedientes de los 4.597 recibidos por el órgano administrativo. De estos, fueron aprobados 1.716 subsidios por un monto de 44 millones de pesos. Actualmente el CAM tiene un total de 2.748 expedientes pendientes de evaluar, con un monto financiero de más de 70 millones de pesos. De este cúmulo de expedientes, casi la mitad pertenecen a peticiones realizadas en 2013.

Julián Correa Pagés, Secretario del CAM de Diez de Octubre y máximo responsable del Grupo de Otorgamiento de Subsidios, explica que la principal demora en las respuestas se debe a la poca constancia en la recepción de los fondos. Las solicitudes de 2013 sobrepasaron la capacidad de trabajo del Grupo y la disponibilidad de dinero. Tampoco se realizan las evaluaciones hasta que se dispone de financiamiento para respaldar las aprobaciones.

En los primeros meses de 2016, se discutieron 343 expedientes, se aprobó el financiamiento para 296 casos y se entregaron 188 subsidios, con un promedio de 47 contratos firmados mensualmente entre los beneficiados y el CAM. Según Correa, el primer depósito para la entrega de subsidios fue recibido a finales de febrero de 2016 y ascendió a 3,5 millones de pesos. Al cierre del primer semestre de este año la suma total se incrementó hasta 13 millones de pesos, cifra récord para un año fiscal en el municipio desde que en 2012 comenzara a implementarse esta política. Sin embargo, el número de casos por evaluar no ha descendido. El citado informe y declaraciones de Correa señalan entre las causas de inejecución del presupuesto la demora en la comunicación a los ciudadanos y la confección en los contratos y entrega de cheques.

En la reunión del Consejo de Ministros realizada el 27 de junio de 2016, la ministra de Finanzas y Precios, Lina Pedraza Rodríguez, confirmó que el pasado año se habían destinado mil millones de pesos para la entrega de subsidios, de los que se ejecutaron apenas 809 millones (que beneficiaron a más de 16 mil personas), “lo cual denota que los órganos en provincias y municipios deben agilizar este proceso”. Esto significa que durante 2015 dejaron de entregarse cerca de 308 millones de pesos en un país donde el 52 por ciento del fondo habitacional –cerca de dos millones de viviendas– fue diagnosticado en mal estado, según un reporte de Radio Habana Cuba a partir de los datos ofrecidos en el VII congreso del Partido Comunista de Cuba.

El de Zaida es uno de los 296 subsidios que fue validado por el CAM de Diez de Octubre este año. “La entrega solo está frenada por la disponibilidad de dinero”, confirma Correa. Pero tras el depósito de los últimos seis millones recibidos a finales del mes de junio en el CAM, el dinero no debería ser un impedimento. Faltaría esperar entonces por la confección de la documentación requerida. 

Hasta julio de 2016, Zaida seguía sin recibir alguna notificación oficial.

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Para reparar la casa haría falta entre 25.000 y 30.000 pesos (Foto: Ismario Rodríguez)

Hubo una época en que Zaida estuvo a punto de renunciar al subsidio. Cuando creía que se lo iban a aprobar, buscó un albañil y le dijeron que nadie trabajaría por tan poco dinero. “El subsidio paga mal”, le respondían. Los términos del contrato estipulan que solo el 30 por ciento del monto total puede dedicarse a la mano de obra. Por lo tanto, de mantenerse la primera cifra tasada por la inversionista, Zaida –como máximo– podría pagar 3.300 pesos (poco más de 130 CUC) a quien trabajase en su casa, un salario que no es competitivo con los precios del mercado privado.

Por esos días se filmaba el reportaje del Canal Habana y Salvador estaba cerca.

Es difícil precisar la edad de Salvador Urquiza Santos. Podría estar entre los 35 y los 50 años. Tiene el acento de quienes vienen del oriente del país, las manos sólidas y anchas y las palmas áridas. Cuando lo conozco, usa un short de mezclilla tapizado de cemento seco. Lleva una cinta métrica enganchada a la cintura y un lápiz gastado en la oreja derecha.

Salvador, el vecino que vive a dos puertas de su casa, hizo las reparaciones cuando la tupición hidrosanitaria. Además, restauró la cocina y el baño de Zaida, las únicas dos habitaciones que, por pintadas y sin grietas, desentonan hoy con las paredes rajadas del cuarto y la sala-comedor. Le prometió a Zaida que sería su albañil, su electricista y su plomero. Le dijo también que haría todos los trámites para la reparación de la vivienda. Dictaminó que “a la casa hay que hacerle de todo, que para empezar necesita un derretido de cemento en el techo para que no se moje adentro y que también hay que buscar los materiales”. Y concluyó que con 11.000 pesos no alcanzaba. Según sus cálculos, la casa necesitaría entre 25.000 y 30.000 pesos para solucionar los problemas de cubierta y la reparación de las profundas rajaduras de las paredes y columnas.

Cuando la visito por última vez, dice que no le teme a la oscuridad, ni a la muerte. Sus miedos son otros: no saber las cosas que ha hecho durante el día, dónde dejó la llave o si cerró el gas. Zaida se ha acostumbrado a vivir sin ver, pero le gustaría poder recordar.

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