Casi rayando las siete de la noche del sábado 2 de julio, Miguel Ángel Dorvigny, a quien todos conocen como El Bolo, dejará de ofertar cervezas en su restaurante, porque el gentío ha acabado con las frías que le quedaban. Herminia Mas extenderá por dos horas el tiempo de venta en la cafetería estatal más grande de Playa del Caimito. Alfredo Chávez estará borracho hasta la médula, y dirá, cuando le pregunten dos días más tarde, que se las arregló “para no perder la botella cuando pasó aquello”. Un poco después, María Isabel García, enfermera intensivista de guardia en el hospital provincial de San José de las Lajas, recibirá el anuncio: “Hay que activar el protocolo para enfrentar accidentes masivos”.
Dos horas antes, en la Ensenada de la Broa –formada entre la península de Zapata y la costa sur de Mayabeque– una tormenta se desplaza a lo largo de la línea costera y las nubes asociadas serán el embrión para la formación de cuatro trombas marinas frente a la Playa del Caimito, en el municipio San Nicolás de Bari, de la provincia Mayabeque. A las siete y media de la noche, una tromba de 40 metros de diámetro y 600 metros de altura, con vientos superiores a los 150 kilómetros por hora, atravesará el pueblo. Después de dos minutos en tierra terminará por disiparse contra una muralla de árboles.
Los primeros en llegar al Central Héctor Molina, poblado más cercano, dirán que los que quedaron allí están muertos. Y mientras otros los den por muertos, Madelín abrirá los ojos en una casa sin techo y sacará a sus dos hijos de abajo de las camas. Serán 35 los heridos y 20 las ambulancias trasladándolos. Serán 26 las viviendas afectadas; una cifra que solo se podrá ofrecer, con rigor, dos días después. Serán, también, televisores, refrigeradores, ventiladores, vajillas, camas y mesas sepultadas. Pero no muertos.
El 2 de julio de 2016, nadie morirá en Playa del Caimito.
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En Cuba, una isla que no entiende de estaciones climáticas, se usa el fin del curso escolar como pretexto para ampliar la programación televisiva, para pintar cafeterías roídas por el tiempo, para vender cerveza en pipas y panes con cualquier cosa, para revivir las playas, que no es más que ampliar el número de sombrillas de guano ubicadas en la orilla. A veces, cuando hay pintura, se tira un poco de cal a los troncos de los pinos. Hay pueblos que solo se reparan si consiguen ser la sede de algo. Playa del Caimito corrió con suerte. Era la sede de las actividades por el inicio del verano en Mayabeque el 2 de julio.
El pueblo tiene 261 residentes y 120 casas. En Playa del Caimito hay poco: una farmacia, una cafetería estatal en moneda nacional, una tienda en divisas, una bodega, un parque en el centro, algunas casas de veraneo y muchos pescadores. Allí la gente va de paso. Pero los que se quedan la habitan durante casi toda su vida. En Playa del Caimito tampoco sucede demasiado. Es un pueblo semivacío, salvo por los vacacionistas que llegan en julio y agosto.
La tromba es, quizás, la razón por la que muchos saben ahora donde se ubica el sitio.
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Carlos Manuel González lo dijo. Que había altas temperaturas. Que había probabilidad de tormentas eléctricas en la zona costera. Que las tormentas podían volverse severas, lo cual era bastante común en esa época del año. Carlos Manuel González, especialista del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología, les pidió a los residentes, durante su aparición en Tele Mayabeque, que se mantuvieran alertas. Y los residentes, en lugar de huir, se quedaron filmando desde la orilla.
Hay quienes creen que los numerosos videos publicados en las redes sociales son una mezcla de valentía con estupidez; falta de precaución, nula percepción de riesgo de sus autores. La decisión de quedarse hasta el último minuto al borde del mar tiene una explicación sencilla, incluso para un niño de trece años. “Yo quería verla”, dice César Alejandro Álvarez, “porque siempre se había armado en el mar, pero nunca había llegado hasta la playa”.
Hasta ese día.
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La tromba marina parece una licuadora de ramas, tejas, paredes, gente. Destruye casas y quioscos, parte los postes eléctricos justo a la mitad, arranca los pinos cerca de la playa de raíz. Deja una cicatriz curva de 40 metros de ancho y 180 de largo. Su fuerza puede compararse con la de un huracán categoría 3 o 4 en la escala Saffir-Simpson. Veinte metros a la izquierda o a la derecha apenas zarandea unas tejas y algún pedazo de guano.
Hay confusión. La gente corre sin saber bien a dónde. Casi nadie entra a las casas. Las planchas de fibrocemento vuelan y más de uno se agarra a los árboles como puede para no ser arrastrado. Hay quienes juran que estuvieron dentro de la tromba y desde allí sintieron como un crepitar de campo de caña incendiado.
Dos días después, la risa. La risa para minimizar el miedo de Amaury Hernández cuando vio su casa llena de gente que huía y a una madre desesperada buscando a su hija; la risa para celebrar la vida de Teresa Núñez y olvidar el derrumbe de su vivienda; la risa por el hombre al que, de tanto mercurocromo untado en el cuerpo, confundieron con un herido y fue a parar al hospital.
Pero la risa se transforma en mueca cuando la hija de Teresa cuenta que no tiene una cama donde acostar a su madre herida, que está durmiendo en una colchoneta en el piso; cuando Amaury señala las fibras que faltan en su techo y su lavadora rajada; o cuando Armando Javier García recuerda la llamada que recibió en alta mar, por la radio, para avisarle que “una de las casas que había tenido problemas con el temporal” era la suya. Cuando Armando Javier dice problemas, se refiere a derrumbe total.
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Las trombas surgen debido a la inestabilidad creada por la circulación del aire recalentado que sube desde la superficie marina y por el aire muy frío que baja de alturas entre cinco y doce kilómetros. Esa tarde, en Playa del Caimito, la temperatura superficial del agua se ubicaba alrededor de los 29,5 ºC y las temperaturas a cinco kilómetros de altura eran de -8,1 ºC, según muestran los gráficos generados por el Grupo de Pronóstico del Instituto de Meteorología para las provincias de Artemisa y Mayabeque.
Según González, se trata de eventos de rápida formación y organización. Su desplazamiento es muy complicado de determinar. Suelen durar de 25 a 45 minutos y ocurren en sitios puntuales, principalmente entre los meses de mayo a septiembre. Los periodos del sistema de pronóstico de Cuba son de 24 horas. “Hoy el servicio meteorológico cubano ofrecido a los medios de comunicación no podría aplicarse a las tormentas locales severas, pues para estas se necesitaría un pronóstico válido de una a dos horas solamente”.
—Faltan dos meses hasta septiembre de 2016, ¿podría volver a repetirse? –pregunto.
—Las actuales condiciones se mantendrán –dice Carlos Manuel González–, por tanto, la posibilidad de que continúen ocurriendo es alta, sobre todo en los municipios del centro y sur de la provincia.
En la costa sur de Mayabeque está la Ensenada de la Broa, donde tiene lugar un fenómeno de convergencia triple de vientos en la zona cercana a Playa del Caimito. Esto incrementa la variable de vorticidad, que no es más que la tendencia natural del viento a rotar, lo que favorece la formación de trombas. Por eso César Alejandro está acostumbrado a verlas. En el mar.
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Los cuatro derrumbes totales de las personas que residen permanentemente en Playa del Caimito tienen prioridad, asegura Enrique Pérez Robaina, presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular, el 6 de julio. También se contabilizan los equipos electrodomésticos y otros bienes indispensables dañados pero no aclara si serán repuestos o vendidos a precios subsidiados. Los materiales de la construcción necesarios para rehacer las viviendas serán entregados por el Consejo de la Administración Municipal a las familias damnificadas. En el caso de las casas de veraneo, que ascienden a 22, habrá ayudas “dentro de la política de construcción de vivienda, que incluye créditos o subsidios”.
“De cualquier modo”, recuerda, “existe una política para ir eliminando las construcciones en las zonas costeras”.
*En este reportaje colaboró Elaine Díaz.