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Trama urbana

En el año 2000, la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (Unaicc), realizó un taller que, muy previsoramente, nombró La Habana no espera. Como una especie de alarma, o reclamo. El propósito principal era crear un espacio de diálogo que contribuyera con ideas a la implementación de estrategias de desarrollo urbano. 

Según la relatoría, asistieron 82 personas de 23 instituciones nacionales, que durante dos jornadas discutieron sobre el estado del fondo habitacional, la producción de materiales, los planes constructivos, las regulaciones, el patrimonio, entre otros temas ligados a la vida cotidiana de la ciudad, su historia y probabilidades de futuro. Al final, se registraron más de cincuenta recomendaciones, que los organizadores se encargaron de socializar con la prensa y organismos decisores. 

Un año después, se realizó otro: La Habana no espera 2001. Y otro año después, lo mismo. Los mismos problemas esenciales, las mismas recomendaciones. El contexto del país y su capital sí había comenzado un proceso de metamorfosis, mejor conocido como “actualización del modelo económico cubano”, pero lo que ha causado que La Habana y sus urgencias esperen permanece inmutable. 

Hasta 2012 hubo La Habana no espera. En 2013, quizás porque 12 años en alarma son demasiados para una alarma, al taller lo rebautizaron: La Habana sigue esperando. Sin embargo, la novedad no trascendió. En 2014, la convocatoria apareció con otro nombre: La Habana, retos y soluciones. Y así quedó.

Una de las principales fundadoras e impulsoras del evento es la arquitecta Martha Garcilaso de la Vega: doctora en Ciencias Técnicas, Profesora Titular del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría (Cujae), presidenta de la Comisión Nacional de Vivienda y Urbanismo de la Unaicc, integrante del Comité de Expertos y del Consejo Técnico Asesor del Ministerio de la Construcción (Micons) y un etcétera bien extenso. Pero se identifica, ante todo, como habanera.

Garcilaso de la Vega lleva ya 15 años, junto a otros colegas, persistiendo en la realización del taller y en la defensa del pensamiento que allí surge. En una batalla no contra molinos de viento sino contra realidades muy bien definidas. También, contra el escepticismo que pudiera generar el desbalance entre el tiempo y esfuerzo dedicados a una causa y los resultados de esa dedicación. Pero rigurosamente, no han sido 15 años de persistencia. Ha sido medio siglo. La Habana siempre ha sido su causa, casi que un credo. 

—¿Cómo valora en términos urbanísticos y constructivos a La Habana actual?

—La Habana tiene varias zonas valiosas. La Habana Vieja, que se ha mantenido contra viento y marea, aunque no tanto como se necesitaría porque hay estática milagrosa. La Calzada de El Cerro tiene muchos edificios de valor. En Centro Habana hay ciertos lugares: la calle Reina que tiene art nouveau, Galiano que tiene art deco. Además, es la ciudad de las columnas, las calzadas, los portales, que perduran, pero sin el suficiente mantenimiento. 

Toda la ciudad tiene edificaciones en mal estado. Exceptuando a La Habana Vieja, las acciones de conservación han sido puntuales: una aquí y otra allá. Y si no rehabilitas por calles o manzanas, al final no rehabilitas. Porque el problema de los planes de conservación y rehabilitación es que son acciones. Los planes dicen: tantas miles de acciones de conservación, tantas miles de acciones de rehabilitación. Arreglar una puerta es una acción. Pero las acciones no significan cambios en el estado de las edificaciones. Las malas siguen siendo malas y las regulares, regulares. 

Hay viviendas sólidas, porque se hicieron muy bien, pero por ejemplo, en Centro Habana, gran parte de las construcciones es pobre, están hechas con entrepisos y cubiertas de viga y losa, que llevan ya mucho tiempo, desde los años 30 y 40. 

—Y de antes.

—Y de antes. Y la viga y losa no avisa. La viga y losa hace: “cataplún”. Y ya tú sabes. Hay otro tipo de sistema constructivo en que puedes ver que la placa se agrieta un poco, las columnas explotan, pero el de viga y losa es un peligro, porque la viga se rompe precisamente por la línea entre lo que se ve y lo que está empotrado. Si pasara un ciclón de cierta envergadura, sería bastante problemático. 

—El Perfil de la Vivienda en Cuba, confeccionado por Onu Hábitat, en conjunto con instituciones cubanas, refiere que 65 por ciento de las viviendas de Cuba se encuentran en buen estado. ¿Son tan pocas las que están en mal estado?

—Ese dato no es correcto. El perfil es como una fotografía de ese momento. Estuvimos como un año en eso. Pero el perfil sí dice, sutilmente, que las cifras son dudosas. Claro, las cifras oficiales son esas. ¿Pero de dónde salen esas cifras? Del Censo de Población y Viviendas. Y los enumeradores del Censo llenaron las planillas con lo que la gente le dijo. No eran especialistas. Por eso es que las estadísticas no te dicen la verdad y la información que llega a las autoridades no es correcta. 

Yo soy arquitecta desde hace 50 años. Sin embargo, si a mí me dicen que tengo que ir a ver un edificio, yo digo que voy, pero con un civil. Porque una puede suponer que en una manzana donde han habido varios derrumbes, si todo se construyó en la misma época, haya otros inmuebles al borde del colapso, pero no lo puede asegurar. Algunos no se pueden evaluar a simple vista.  

—Entonces, ¿cómo se puede saber el estado del fondo habitacional del país y de La Habana, en particular? 

—Ah, no. Eso no se sabe. 

—¿No se sabe? 

—Eso no se sabe. 

—¿Y qué es lo que distingue a una vivienda precaria?

—Las viviendas precarias son las malas. Son las ciudadelas y las que están en barrios y focos insalubres. En algunos barrios el problema no es tanto la construcción de la vivienda, como que no hay urbanización, no hay redes, y eso es lo que da la precariedad. Las viviendas casi nunca están bien hechas, y están aisladas, pero pudieran entrar en un plan de mejoramiento de barrio, que es lo que se hace en el mundo entero para ese tipo de conjunto espontáneo que la gente empieza a armar. No es acabar con el barrio sino tratar de ordenarlo: crear calles y redes, dar recursos para mejorar las viviendas. 

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—¿Conocen la cifra de los focos y barrios insalubres?

—Sí, ese número sí lo tenemos. Se dio recientemente en un taller que se hizo sobre la precariedad y los focos y barrios insalubres, en junio de 2015, a raíz de un artículo de una arquitecta que realizó un trabajo con profesores y estudiantes en el barrio de Indaya, en Marianao. Entonces al taller fue un compañero de la Dirección Provincial de Planificación Física de La Habana y dio los datos. Son 151, entre barrios y focos insalubres, pero 57 (21 barrios y 36 focos) se van a erradicar.   

El problema de los barrios y focos insalubres es cíclico. Cada varios años resurgen, después se hace un plan y se forma un lío, pero cuesta todo mucho dinero, que no hay, y cuando pasa algún tiempo, vuelven. 

—También se deja que sigan creciendo.

—Lo que pasa es que la vivienda nunca ha tenido suficiente financiamiento. La vivienda tuvo un auge en los setenta, con las tecnologías nuevas que se trajeron de la Unión Soviética, de Yugoslavia, y con las plantas de prefabricado que se hicieron. Pero siempre tuvo mucha competencia. Hacían falta escuelas. Hacían falta hospitales. Hacían falta policlínicos. Las industrias. En fin, todo eso llevaba dinero. En los noventa, cuando ya le iba a tocar a la vivienda, y así se planteó, porque ya casi todo estaba hecho, se cayó el campo socialista y se complicó todo. Se complicó todo el país. En La Habana se había importado una fábrica española de viguetas y bovedillas, una fábrica de mosaicos, para acometer un plan de construcción fuerte, pero todas esas cosas que se habían importado y estaban destinadas para viviendas, se cogieron para el turismo. Porque en esa época el turismo fue lo que salvó a la patria. Y la vivienda, a esperar.    

—A su juicio, ante las problemáticas de las ciudadelas, donde la mayoría de las personas residentes no son propietarias sino usufructuarias, ¿cuál debería ser la política?

—Ese grupo de personas debería entrar en los casos sociales de viviendas precarias, junto con el plan de albergados. Porque la ciudadela no tiene solución. Ahí lo que se ha hecho es subdividir y las personas apenas caben. En Espada 111, por un proyecto de colaboración, se hizo una mejoría de esa ciudadela. Se hizo un bañito dentro de cada cuarto y como un entrepiso (una barbacoa), pero son viviendas que de todas maneras no tienen condiciones. Te dan la propiedad y la puedes permutar, pero la situación de la ciudadela no tiene remedio. Un edificio cuando está sobreocupado se deteriora. La gente lo deteriora, quizás hasta sin querer. 

—¿Y las ciudadelas en mal estado no podrían demolerse para construir ahí otro edificio? Porque la gente no quiere irse para otra zona.

—Hace años yo dije eso una vez en el sexto piso del Micons y no fue bien recibido. Porque dije: “miren, no hay ni tiempo ni dinero para arreglarlo todo. Hay que decidir qué se va a salvar”. Cuando tú tienes que gastar más dinero en arreglar, que en demoler y hacer nuevo, ya eso no es beneficioso. Ya de entrada se sabe que hay edificaciones que son irreparables. Bueno, demuélelas. No las tengas ahí para que le caigan a la gente en la cabeza. 

Por ejemplo, frente al ICRT había un edificio de viviendas: el edificio Alaska, el primer edificio de viviendas que se hizo en La Rampa. Pero ese edificio tenía el cáncer por dentro. Se había hecho con arena de mar y todas las cabillas de las columnas, sobre todo en la segunda parte, estaban oxidadas. Entonces ahí hicimos varios comités de expertos para eso. ¡Qué clase de discusiones! ¿Se arregla el Alaska o se tumba el Alaska? 

Costaba tres millones arreglar el Alaska. Y yo decía: “tres millones me gasto en La catedral, pero no en salvar un edificio que me va a durar diez años, porque tiene el cáncer por dentro”. Entonces los conservacionistas decían: “ay porque es el primer edificio que se hizo en La Rampa, imagínate, la historia”. Por suerte, varios de nosotros dijimos: “es verdad, tiene historia: le saco una foto y la pongo en un libro”. 

Es que ni siquiera era un buen diseño de edificio. No. Era horrible. ¿Qué sentido tenía dejar aquello? Además, ¿usted sabe el valor del suelo ahí en La Rampa? Por fin, logramos que se demoliera, pero costó un trabajo… Ahora nada más queda el basamento. Se quedó así. Pero eso así no pinta nada. Ahí hay que poner un edificio. Pero es que imagínate, este país no tiene política de vivienda, como documento rector de cómo se va a enfrentar el desarrollo habitacional.

—Y eso qué significa. 

—Eso significa que tiene que haber grupos de gente pensante que analice todas las circunstancias. Todas las posibilidades financieras y materiales. Además, no solo lo que hay sino lo que se puede desarrollar. 

A partir de los Lineamientos (de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución), una de las orientaciones al Sistema de la Planificación Física fue que todas las capitales de provincia tenían que hacer su Plan de Ordenamiento Territorial. Y realmente lo hicieron. Pero después, el Plan va por un lado y las soluciones habitacionales, por otro. En Santiago de Cuba, por ejemplo, las viviendas se siguen haciendo en periferia, y todos los planes dicen que no se puede seguir construyendo en periferia, que hay que construir dentro de la ciudad. Todos. No solo el de La Habana, que es la capital. 

—¿Por qué se sigue entonces construyendo en periferia?

—Porque al Micons le es más fácil construir en periferia. Porque no tiene fuerza de trabajo calificada. Porque el equipamiento que tiene es para construir en periferia, no en centro de ciudad. ¿Te imaginas que se ponga ahora una grúa ahí para montar cosas? Se para todo. Habría que tener otro tipo de equipo. Tiene que ser una grúa trepadora, que vaya creciendo en el edificio. Pero el Micons no la ha comprado nunca 

Te dicen que hay que construir fuera de La Habana, pero no es así. Un profesor de la Facultad de Arquitectura de la Cujae tiene hecho un análisis de La Habana Vieja y parte de El Cerro, en el que demuestra que hay capacidad para un número apreciable de viviendas nuevas. A finales de los noventa también la Dirección de Planificación Física de La Habana analizó la capacidad en azotea, y La Habana tenía capacidad en azotea para aproximadamente 60 mil viviendas. Así que hay posibilidad tanto de azotea como de completamiento de ciudad.  

En Centro Habana menos. Centro Habana tiene zonas que ya no las salva nadie. Y tiene almacenes cerrados que hay que sacar de la ciudad. De eso trató una tesis de diploma que yo tutoré hace dos años. Mira, llévate los almacenes de ahí, recicla esos materiales -porque aquí todo lo botamos, no tenemos cultura del reciclaje- y construye viviendas nuevas en esa parte, y no te llevas a la gente para la periferia. No conviertas almacenes en malas viviendas, que es lo que están haciendo: los están dividiendo y metiendo a las personas ahí, y las que cogieron ventanas se salvaron, pero las que cogieron para adentro, no ven la luz del sol. 

—Entonces La Habana nunca ha tenido una política de vivienda, aparte de los planes constructivos y las regulaciones. 

—Lo primero que yo digo en mi Tesis de doctorado es que no ha habido política nacional sistémica. Ha habido programas. Planes. Pero, ¿política? Política no ha habido. Para ser política tiene que ser sistémica e integral. Una política es un documento que ve todo como un sistema. La ciudad es un sistema y la vivienda, dentro de esa ciudad, tiene que ser un sistema también. No es solo cantidad, sino con qué, cómo, cuáles requerimientos funcionales. Todo tiene que desarrollarse integralmente. Y La Habana ha tenido varios planes. Pero nunca se implementan, porque son planes más bien teóricos, y después no aparecen los dineros… Sí, es verdad que cuesta elaborar el Plan Director de la Habana, pero ese es el Plan. Después tienes que implementar, gestionar, priorizar, ir poco a poco. 

—¿Qué es concretamente el Plan Director de La Habana? 

—El Plan Director es un análisis de cómo debe desarrollarse la ciudad. Desde todos los puntos de vista. Incluye no solo las viviendas sino también los servicios: viales, transporte, salud, educación. Es el que ordena la ciudad. Y hace algo más de dos años se elaboró la actualización del Plan. La presidenta del Gobierno provincial convocó a muchísima gente. Estuvimos como un año un grupo de compañeros convocados como expertos, con canas como las mías y mayores, trabajando todas las semanas en el salón aquel. Había gente del Instituto de Planificación Física (IPF), de la Cujae, de la Unaicc, del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, del Grupo de Desarrollo Integral de la Capital… Y salió una propuesta, que quedó bastante bien. 

—¿Qué se hizo luego con esa propuesta? 

—Esa propuesta se elevó al IPF, a finales de 2014. Ya cuando se empiezan a hacer los ajustes y los cambios los expertos no están. Esa nueva versión la hace el IPF, basado en lo que hicimos los expertos. ¿Cómo quedó al final? No sé. Y la mayoría de nosotros no sabe. Dicen que ya la Asamblea Provincial del Poder Popular aprobó el Plan, pero ahora lo tiene que aprobar la Asamblea Nacional. Como La Habana es capital de país, tiene que aprobarse en el parlamento. Y ya ha sesionado varias veces la Asamblea Nacional y ni se ha hablado de eso. Se supone que después de que se apruebe, es que se empiece a implementar. 

—Es una incógnita. Y si ustedes que lo hicieron no saben, ¿qué quedará para el resto?

—Nosotros nos cansamos de decir que eso tiene que ser público. El Plan tiene que conocerlo la gente para que la gente se lo apropie y lo defienda. Pero no. 

—¿Y a cuánto ascendería el presupuesto para la implementación, para mantener la ciudad?

—Es una millonada. Pero bueno, lo vale. Y vamos a hacerlo en 50 años, pero vamos a empezar a hacerlo. El urbanismo no se hace de hoy para mañana. Las ciudades se hacen por etapas. Pero nos estancamos.  

—¿Cuál entonces es el sentido de hacer el Plan y actualizarlo, si no se implementa?

—Eso quisiera saber yo. Porque al final lo que pasa es que no se implementa. 

—¿Es que es muy ambicioso, o que no se establecen prioridades?

—Es que no se hace plan de implementación. El del 2000, que fue el que se actualizó hace dos años, estaba bastante bien, pero nunca se hizo la implementación. Se empezaron a hacer cosas sueltas, sin integralidad. Cada organismo como inversionista de lo suyo empezó a hacer planes de estos emergentes: “vamos a impermeabilizar todos los techos de los edificios de Alamar en no sé dónde que se están filtrando”. Y pusieron mantas, mantas mal puestas, que cuestan, y al final no resolvieron los problemas de habitabilidad porque no arreglaron los edificios. Fue botar el dinero. Es que no hay orden. Los gobiernos tienen que tener un grupo pensante, que sea el que ordene, que en el capitalismo se llamaba arquitecto de la ciudad. Independientemente de quien fuera el gobernante, ese grupo permanecía. 

—¿Hoy no hay ningún organismo con esa función? 

—Podría ser Planificación Física. Pero no lo es. 

—¿Por qué no lo es?

—A ver, en un momento dado tuvo una función de ordenamiento de la ciudad. Y era importante el trabajo que hacía, pero no había suficiente integralidad. ¿Tú no has oído hablar nunca de las políticas sectoriales? Bueno, Planificación decía: “esto es así y así”, pero Salud Pública hacía lo que quería, y Vivienda, y el Mincin (Ministerio de Comercio Interior), y el otro. Debería ser parte todo de la integralidad de la ciudad, pero las políticas sectoriales, en La Habana especialmente, son más fuertes. Porque aquí están los ministerios. En otros lugares de Cuba, si el Gobierno de la provincia es fuerte, a veces se logra unificar, porque el Gobierno cita y la gente viene, pero aquí el Gobierno cita y la gente no viene. Nunca un presidente de la Asamblea Provincial de La Habana ha podido más que los ministros. 

—Porque no tiene autonomía.

—Ni autoridad. Porque no puede decidir algo. Pasó en la actualización del Plan. La presidenta de la Asamblea Provincial citaba a los organismos, y algunos iban y otros no. El Micons no iba nunca. Que yo decía: “pero si el Micons es el que tiene que construir lo que se decida aquí, ¿cómo es que el Micons no va a estar?” Ah, pues no. Lo que aparece en el Plan sobre la vivienda, lo escribimos Dania González, que es otra profesora de la Cujae que estaba entre los expertos, una de las compañeras de la Dirección Provincial de Planificación Física, y yo. El Micons mandó una tablita con tecnologías: tantas viviendas de tal tipo y tal tipo. 

—El Micons no estuvo entonces en la actualización de 2014. 

—No estuvo. Y a pesar de no haber ido, ha estado haciendo por su cuenta lo que ha considerado apropiado a sus intereses. A principios de 2015, en un balance de los comités de expertos, que se hace todos los años, el Micons tuvo a bien explicar su Plan de desarrollo al 2030, y cuando llegó a la parte de la vivienda y las tecnologías, nos empezamos a mirar: “¿pero y esto?”. Porque no había desarrollo ninguno. Con lo mismo que hay, vamos a seguir trabajando hasta el 2030. Con los mismos sistemas constructivos, las mismas tecnologías, la misma cantidad de viviendas: tres mil, tres mil, tres mil. ¿Tú no puedes, en 15 años, mejorar la base material y las tecnologías? Además, si te están diciendo que tienes que construir en ciudad, no puedes seguir con esas mismas tecnologías, porque esas tecnologías son de periferia. Ninguna es apropiada para completar ciudad. Entonces a la gente que lleva 50 años o más trabajando en el desarrollo de los materiales de construcción y las tecnologías en este país, nadie le pidió opinión. Es que no hay integralidad. En el pensamiento no hay integralidad.   

—¿Sabe qué acciones se van a emprender por los 500 años de La Habana? 

—No sabemos. Dicen que ya se creó una comisión en La Habana para los 500. Dicen. ¿Quién está en la comisión? No sabemos, porque a la Unaicc de la provincia no la han convocado. ¿Con quienes están contando para hacer La Habana 500? No lo sé. Bueno, con la Oficina del Historiador, seguramente.  

—Pero eso es solo el Centro Histórico de La Habana Vieja. 

—No, ellos son un poco pulpo. Ellos tienen el Centro Histórico y algunos puntos más. Aunque no toda la ciudad.  

—La ciudad es mucho más que lo patrimonial. 

—Y ahora este plan de los hoteles que van en La Habana, que no sé cuántos son por fin, parece algo preocupante. Yo había oído decir que eran 16. Después alguien me dijo que no, que son veintipico. Pero no sé si es verdad. El número real casi nadie lo sabe.

—¿Pero ese plan de hoteles no se integra con el Plan Director que ustedes hicieron? ¿Quién hizo ese plan de hoteles? 

—Bueno, el Mintur. No sé.  

—Los problemas que expresan la relatoría del Taller La Habana no espera del año 2000, parecen como si se hubieran dicho ayer.  

—Como si se hubieran dicho ayer. Es que se mantienen. No pasa nada. Cambian tecnologías, cambian… no sé. 

—Cambian las políticas sectoriales.

—Ajá. Pero los problemas fundamentales siguen siendo los mismos. Se sigue construyendo en periferia. Se sigue priorizando la masividad sobre lo que hay que resolver del urbanismo… 

—Las propuestas que ustedes han venido presentado durante tanto tiempo, ¿llegan a trascender? ¿Se toman en cuenta para algo? 

—Deberían. Yo siempre las comunico. Antes yo imprimía informes, los ponía en un sobre, y los mandaba a todas partes. Desde un tiempo para acá, como la tecnología avanzó, lo que hago es quemar discos. Todos los años yo quemo un disco incorporando el último taller y lo reparto. Cada cd es un acumulado desde el primer evento del 91, en Habana del Este. 

—En la relatoría del taller de 2014, me llamó la atención que aparece una propuesta de constituir un Ministerio de Urbanismo y Vivienda, o de Vivienda y Hábitat.

—Sí, sí. Una buena parte de los países de América Latina lo que tienen es un Ministerio de Urbanismo y Vivienda, o un Ministerio de Hábitat, que tiene las dos cosas juntas. Por eso es que la comisión de nosotros se llama Vivienda y Urbanismo.

—¿Sería cambiar el nombre del Micons, o crear uno nuevo? 

—Sería unir Planificación Física y Vivienda. 

—O sea, sacar al antiguo Instituto Nacional de la Vivienda del Micons. 

—Y hacer un Ministerio con Planificación Física. Eso mi generación lo está pidiendo desde los setenta. Y el Micons se queda de rector de la construcción como actividad técnica. Para construir bien, con normas adecuadas, con materiales adecuados. Y hacer lo que le digan los organismos rectores de la política de desarrollo. No puede decir voy a construir 50 viviendas. No. Tiene que preguntar a la ciudad.      

—¿Cuál sería el sentido de eso?

—Mira, el elemento más importante de la ciudad es la vivienda. Ya ese, es el sentido. 

—Es el 80 por ciento de las edificaciones, leí en su tesis. 

—Exacto. Entonces es determinante en la imagen, en la estructura, en la organización de la ciudad, en la gente que vive. Los planes no se pueden hacer sin tener eso en cuenta.  

—En resumen, ¿cuál ha sido el impacto de estos talleres que ha venido realizando la Unaicc desde hace 15 años? 

—El primer día del taller pasado yo presenté un resumen de lo que habíamos venido discutiendo en la parte urbana, constructiva, de diseño, y yo iba señalando en rojo las cositas que habían sufrido algún tipo de cambio. Y fue casi nada. Al final, yo lo sé. Yo comprendo que viene a ser como una… ¿Cómo le dicen los siquiatras?

—¿Una catarsis?  

—Una catarsis. Las personas van a allí a hablar, porque en sus respectivos trabajos lo pueden hacer pero no logran nada. Las secciones de base de la Unaicc deberían ser invitadas a los consejos de dirección en cada centro de trabajo, porque esos profesionales deberían ser escuchados. La Unaicc no se creó solamente para la superación. Se creó también para asesorar y servir al Gobierno, al Estado cubano, a las autoridades, pero no nos escuchan. No nos escuchan.

—¿No les provoca frustración eso?

—Sí claro. Frustración y otras cosas. Pero no podemos parar. Si paramos, sí perdemos la pelea. Ellos saben que nosotros estamos ahí. Y que opinamos y discutimos. Y no nos escuchan mucho, porque lo que decimos no concuerda con lo que hacen, pero estamos ahí. 

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