A René Díaz
“Estamos botando cosas para los basureros que podrían servir para hacer materiales de la construcción”.
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Las Minas es un pequeño pueblo del municipio Guanabacoa. Hasta allá se llega en la 464, que va desde el Parque de Guanabacoa hasta el paradero de Guanabo, en Habana del Este. Como todos los pueblos pequeños tiene un parque, una escuela, una farmacia, una bodega, una tienda de ropa en moneda nacional, el consultorio médico, algunos pequeñísimos negocios, una iglesia y la vida lenta de los sitios remotos. Tiene, también, una cantera de producción de áridos a un kilómetro del centro del pueblo. Alguien me dice que la cantera se agotó, que todo está parado, que se quedó sin piedra. Por eso estoy yendo a Las Minas.
Pierdo de vista los sitios donde abundan las viviendas, cruzo la línea del tren, y llego hasta la caseta vetusta donde hay un hombre y un perro. Al hombre, con una gorra de custodio, le pregunto por la cantera. Al perro, que parece hambriento, le echo unos mendrugos de pan que acabo de comprar.
“Aquí no se ha agotado ninguna cantera”, dice Gaspar Reyes. “Estás hablando con el molinero y hay piedra para moler por lo menos durante 20 años”. Trabaja aquí desde 2002, pero tiene entendido que la cantera se explota desde 1941, quizás 1942. “Nosotros teníamos una producción de 120 m3 diarios de rajón, de áridos, de polvo de piedra que iban para distintos organismos, para Berroa, para la fábrica de losas, para Güines, Pinar del Río”.
Y cuando dice nosotros se refiere a otros doce trabajadores que actualmente están reubicados en diferentes canteras. Algunos por Arango; otros en San José de las Lajas. Él se quedó cuidando los motores de la planta que se guardan en la caseta vetusta. Y así ha estado durante dos años: “día por día, hasta los domingos, desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde”.
La cantera se paró el 5 de noviembre de 2013 por falta de equipos y para darle mantenimiento a la planta. El mantenimiento se le dio, pero los equipos nunca llegaron. Un rompepiedra, un cargador y un camión es todo lo que se necesita para arrancar, según Gaspar. Le dijeron que a principios de 2016 empezaban a producir de nuevo. En enero. O en febrero.
Cuando pregunto que quién, responde que “la gente del gobierno de Guanabacoa, que incluso quieren moler un poco de los escombros de La Habana Vieja acá cuando arranquemos”.
Guanabacoa cuenta con más de 56 millones de metros cúbicos de materias minerales para la producción de áridos o agregados –piedra y arena–, de acuerdo con un estudio presentado en 2013 en el Congreso Cubano de Geología. Pero la producción en los yacimientos que se explotan actualmente responde a intereses empresariales, y su aprovechamiento por parte del gobierno municipal es limitado. En otros casos, los yacimientos se encuentran abandonados.
A la cantera de Gaspar, llamémosle la cantera de Gaspar, le quedan algunos años más de explotación. Aun así, va a morir. Un día, en diez, o quince, o veinte años, se preguntará cómo la vida le arrebató aquellas montañas de piedra que parecían infinitas. Pero no lo son. Se agotan. Las canteras de áridos naturales no duran para siempre.
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Un estudio publicado en la revista Minería y Geología en marzo de 2014 identificó 377 canteras de materiales para la construcción existentes en la provincia de Matanzas. De estas, 250 estaban abandonadas. “Por cada cantera que se explota, existen dos abandonadas, sin que se hayan realizado en ellas acciones de rehabilitación”, coinciden los autores, Reinaldo Fuentes y Arlene Hernández, ambos especialistas de la Empresa de Investigaciones, Proyectos e Ingeniería de Matanzas.
Generalmente, los límites de explotación responden a factores tales como la dureza de la roca, las posibilidades tecnológicas de explotación, la demanda del material; pero no toman en cuenta indicadores geológicos y medioambientales como la contaminación atmosférica por partículas sólidas de polvo, la creación de escombreras, la destrucción de la flora autóctona del área y la eliminación del hábitat de algunas especies.
En el 17 por ciento de los casos analizados por Fuentes y Hernández afloraba agua subterránea. Esto significa que los niveles de fondo de la cantera llegaban a profundidades más allá de los límites y regulaciones permisibles y dejaban vías abiertas que podían conectar las aguas subterráneas con residuos de materia orgánica en descomposición ocasionados por el vertimiento de desechos.
Las canteras que se encuentran en explotación tampoco ofrecen un panorama alentador.
En diciembre de 2014, la Comisión permanente de Industria, Construcción y Energía de la Asamblea Nacional del Poder Popular presentó en su periodo de sesiones los resultados de una visita a diez canteras ubicadas en seis provincias.
En ese momento, El Purio, en Villa Clara, tenía una capacidad tecnológica de 38.400 m3 al mes, pero solo contaba con una línea de producción con capacidad real de 30.775 m3.
En Los Guaos, Santiago de Cuba, los molinos recibidos habían llegado con la documentación incompleta para el montaje y la manipulación de la tecnología y los operarios se quejaban de que para su compra no se tuvieron en cuenta los criterios de la empresa y las características del mineral.
“La tecnología sueca se comporta bien en el procesamiento de la materia prima”, cita el informe divulgado, “pero la China parece más débil y sufre mayor desgaste en sus accesorios por la dureza del mineral de dicha cantera”.
El plan de producción de El Cacao, en Granma, también se había afectado debido a la falta de equipos y en Luis Raposo, de Guantánamo, los que habían se encontraban en mal estado. La cantera de Coliseo, en Matanzas, sufría por las constantes afectaciones de la energía eléctrica. “Había una planta de tecnología china adquirida hace tres años que estaba paralizada por falta del banco de transformadores; a la misma se le quitó el molino auxiliar y se colocó en la línea que actualmente funciona”. En la arenera de Guáimaro, Camagüey, el proceso de carga demoraba pues contaban con un solo cargador.
Algunas de las reservas de áridos que abastecían a la capital se han agotado. La Habana, debido a su demanda y al propio crecimiento de la ciudad, actualmente trae áridos de Pinar del Río, Cienfuegos, Matanzas. Sin embargo, este debería ser un material de uso local con bajos costos de transportación.
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Los áridos son recursos naturales fi-ni-tos. Y si no sale en las noticias, como debiera, es porque no se entiende de manera dramática. Pongámoslo así: cada vez que se sobreexplota un yacimiento se aparta más la solución al déficit de viviendas que enfrenta nuestro país. Se alarga también el tiempo de espera de las personas ubicadas en las comunidades de tránsito –eufemismo que se usa para denominar a los albergues.
Mientras las regulaciones estatales intentan incentivar la construcción por esfuerzo propio, y se amplían los sitios de comercialización de materiales –conocidos popularmente como Rastros–, los áridos necesarios no llegan. Desaparecen, conquistan precios astronómicos en el mercado negro, son vendidos a individuos de dudosa procedencia que siempre ocupan los primeros lugares en las colas.
Más de una docena de investigaciones realizadas en la Facultad de Ingeniería Civil de la CUJAE proponen producir morteros de albañilería –conocidos como mezcla–para su empleo en la construcción y reparación de viviendas en Cuba a partir del uso de áridos reciclados procedentes de residuos de construcción y demolición. Además, se emplearía la escoria blanca como filler en sustitución del hidrato de cal.
El filler es un material fino que ocupa los huecos dejados por las partículas de arena. La norma cubana fija como aglomerante el hidrato de cal para mejorar las propiedades del mortero, pero debido a su difícil acceso se comenzó a usar un filler calizo –recebo–. La escoria, además de usarse como sustituto del hidrato de cal y del recebo, tiene poder aglomerante y permite equilibrar la pérdida de las propiedades del mortero provocadas por el uso de áridos reciclados.
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En La Habana se vierten anualmente más de 6 millones de metros cúbicos de residuos sólidos, dice el Anuario Estadístico de Cuba de 2014. Dieciséis mil cuatrocientos metros cúbicos de basura por día. A nivel individual parece menos. Tres metros cúbicos por persona. Cuba carece de una política integral de reciclaje que incluya la fase inicial del proceso y que requiere de fuertes inversiones. Una política que tome en cuenta, por ejemplo, la clasificación por parte de los usuarios e implemente un sistema de recolección selectiva.
Mientras tanto, está la Unión de Empresas de Recuperación de Materias Primas. Están las cooperativas aprobadas para recobrar materiales desechables. Están los “recuperadores”, cuentapropistas que pagan impuestos y a los que antes –sin impuestos ni licencias mediante– denominábamos simplemente “buzos”. Están los proyectos para extraer biogás. Pero generalmente se echa la poda por aquí, la cosa con peste por este otro sitio, tierra encima y vengan los 16.421 m3 del día siguiente.
Una parte de los residuos sólidos urbanos está compuesta por escombros. La Habana genera 1.174 m3 de residuos de construcción y demolición (RCD) a diario. 428.510 m3 por año, refieren varias investigaciones realizadas en la Facultad de Ingeniería Civil de la CUJAE a partir de cálculos de las oficinas de Comunales municipales.
Los RCD provienen generalmente de derrumbes y demoliciones. Los primeros son impredecibles; los segundos, programados. Los primeros son obra de la mala fortuna, de la desidia, de la irresponsabilidad, de la falta de mantenimiento, del sol del día siguiente –así le llaman cuando le sigue a una lluvia intensa–; los segundos, de la mano del hombre, alentados por la desidia, la irresponsabilidad, la falta de mantenimiento, el sol del día siguiente o, en el menos dramático de los casos, de las nuevas inversiones, de las reparaciones. Los RCD van a parar al vertedero casi siempre.
La Habana Vieja y Regla lideran las estadísticas de producción de RCD, cada municipio a su manera. El primero genera alrededor de 45.000 m3 anualmente; el segundo, menos de 10.000 m3. Al resto de los municipios los podemos ubicar en ese rango que va desde “menos grave que la Habana Vieja” hasta “peor que Regla”.
Diez de Octubre, por ejemplo, ocupa el segundo lugar, con aproximadamente 40.000 m3.
Bajando desde Acosta hasta la Esquina de Tejas, por la calzada de Diez de Octubre, uno se topa con 70 latones de basura. Nunca están solos, esa sería una broma cruel para los usuarios del servicio. Casi siempre hacen dúos, o tríos, y escasamente aparecen de a cuatro. Tienen cicatrices: las de la gente, que los vuelca, los raja, los pinta. Hay quien los marca. Los del Cerro dicen el nombre del municipio. Los de Diez de Octubre, el de la zona. Algunos están atrofiados. Carecen de ruedas, de tapas.
En los contenedores, no obstante, no se deben depositar los escombros: se tiran fuera, bordeándolos. Cuando llueve, el agua los arrastra, los empuja a los tragantes, y terminan tupiéndolos. A veces, los escombros pasan a formar parte del paisaje urbano. Hay barrios que tienen escombros tras derrumbes ocurridos hace más de una década, como en Zapotes y Durege, Diez de Octubre, o en la circunscripción 19 de Los Sitios, Centro Habana.
Está, además, la escoria, que no procede de un derrumbe o una demolición, ni tampoco es basura común. Se puede encontrar escoria al por mayor en las inmediaciones de la Industria Siderúrgica José Martí, en el Cotorro. Una pasa frente a las montañas de polvo negro y blanco y piensa “que se vaya la escoria, que se vaya la escoria”. Pero no se va. La industria de acero ya no sabe qué va a hacer con los molestos desechos. La producción anual en 2014 fue de 62.327 toneladas de barras de acero y 113.106 toneladas de palanquillas de acero según el Anuario Estadístico del Cotorro de ese año. Unos 130 kg de escoria negra y 25 kg de escoria blanca se generan por cada tonelada de acero producida.
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—Cuando los escombros y la basura se mezclan ya no sirven los escombros. Se contaminan. Para reutilizarlos habría que eliminar la contaminación. Ese proceso sería muy costoso y, por tanto, inviable. Dejarían de ser competitivos. Si no se mezclan con la basura común, si el latón no se llena y la gente no tira residuos encima de los escombros, quizás se pudieran recoger los RCD que hay en las esquinas. Nosotros siempre tratamos de enfocar la recogida de escombros como un negocio. Para que funcione, vemos dos escenarios. El primero es cobrar por el servicio –alguien viene a tu casa a buscar el residuo y pagas solo los gastos de transporte, bien barato–. La otra opción es dar el servicio gratis, lo que dispararía la demanda. La ganancia, en ese caso, estaría netamente en la producción de los áridos reciclados.
Iván Martínez es graduado de Ingeniería Civil desde 2009. Trabajó durante cinco años en el Departamento de Materiales de la Construcción de la CUJAE y actualmente realiza su maestría en Ingeniería Ambiental en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Cuando dice “nosotros”, se refiere a los profesores de su departamento, a los tesistas que han seguido esta línea de investigación durante los últimos diez años, en resumen, a más de una docena de ingenieros civiles.
—¿Y cómo se hacen esos morteros de albañilería a partir del uso de áridos reciclados? Cuéntamelo de manera visual, como si fuera una receta de cocina.
Iván me dice rotundamente que no, que los morteros de albañilería realizados con áridos naturales –conocidos como ‘mezcla’– no se pueden contar como si fuera una receta de cocina porque “no lo son”, que “cada caso tiene sus particularidades dentro del procedimiento general” y me envía un documento de diez páginas: la Norma Cubana con las especificaciones para la fabricación de morteros de albañilería.
“En el caso del uso de áridos reciclados, cambiarían las dosificaciones, pero se mantienen los requisitos a cumplir”, especifica.
—Cada caso de aplicación de mortero puede ser diferente, como mismo existen varias formas de hacer el pollo, por ejemplo. No haces nada poniendo una receta, debes publicar un libro. Pero, a diferencia del pollo, con la receta del mortero es posible que hagas algo mal, pues es una labor para especialistas.
La cocina está definitivamente infravalorada.
Iván me indica que mire la página cinco de la norma cubana, dice que ahí podría estar la receta que quiero. Hay cinco tipos de morteros y tres tipos de cemento en el documento, lo que daría un total de 15 “recetas de pollo”.
—Muchos de los que construyen en Cuba nunca han leído la norma, ni saben que existe. En la calle, un mortero se hace con una parte de cemento y tres de arena. A veces, por la mala calidad del árido, le añaden otra parte de recebo. El hormigón es más de lo mismo, una parte de cemento, dos de arena y tres de piedra. Listo.
Lo anterior sería como el pollo hervido. Tirado al agua sin sazón, sin cuidado, sin quitar la piel que sube el colesterol, sin sal.
El American Concrete Institute define nueve pasos a seguir para obtener una dosificación de concreto donde se incluye el tamaño máximo del árido grueso, el asentamiento, la relación agua/cemento, la absorción y humedad de los áridos gruesos y finos, entre otros indicadores.
—Los hormigones que se hacen en la calle no tienen en cuenta ninguno de esos aspectos. Muchos de los que se hacen en las plantas de hormigón estatales tampoco. ¿Cómo se hace una placa de hormigón? Cargando cubos, durante seis horas, bajo el sol del Caribe que seca el hormigón, que lo calienta y acelera el fraguado del cemento, que es el proceso que provoca el endurecimiento del hormigón. Luego la placa se filtra, queda pandeada. Por eso existen las grúas, por eso existen las bombas de hormigón, pero solo se usan en las obras estatales. La gente común debe mezclar el hormigón a mano y subirlo con cubos. El pollo que yo hago leyendo una receta seguramente va a quedar malo, pero me lo como en diez minutos y listo. La placa que construyas leyendo una receta de hormigón también va a quedar mal. Así puede estar lo mismo una semana que 40 años.
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En Lagueruela, entre Avellaneda y Gelabert, Diez de Octubre, hay un cartel escrito con letra de molde verde junto a dos latones de basura: “Recogida de escombros a domicilio”. Y a continuación lista tres teléfonos. Todos pertenecen a distintos departamentos de Comunales en el municipio.
Miguel Ángel Moré, vicedirector comercial de Comunales, explica que el proyecto comenzó en agosto de 2015 y actualmente tienen asignados cuatro ampiroles, de los 23 con que cuenta el municipio. Cada uno tiene capacidad para 15 m3 y la tarifa es de $17.50 por cada metro cúbico. “Si se llena completo, lo máximo que paga un cliente es $262.50”, dice. Se sitúan los lunes y los jueves en las residencias de los clientes luego de hacer los contratos y se dejan durante 72 horas.
“En realidad se necesitan más ampiroles, ojalá tuviera seis o siete”, dice Miguel Ángel. “También hay un solo camión especializado, que es el que los pone y los quita de los lugares designados”.
Cuando hay un brote de cólera o dengue, se retiran los ampiroles dedicados a este servicio. “Y hemos tenido como cuatro brotes desde agosto”.
Los residuos de construcción y demolición recogidos generalmente van a parar al vertedero de 100, conocido como El Bote. Pero desde hace algunos meses, un grupo de cuentapropistas trabaja en el reciclaje de escombros en el municipio. “Nosotros les llevamos el camión, ellos muelen los escombros y venden el polvo de piedra al Ministerio de Comercio Interior, que a su vez lo pone en los Rastros”.
Hasta la fecha, se han realizado alrededor de 25 contratos.
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Lo llaman el Batchingplan, pero es oficialmente la Planta de Hormigón de la Oficina del Historiador. Está en Fábrica y Línea de Ferrocarril. Ha producido los áridos reciclados que se han empleado en más de 80 obras del Centro Histórico: Amargura 56, Café Habana, Parque Cristo, Muralla 408, Palacio del Segundo Cabo, Sarrá 19, las redes eléctricas soterradas, entre otras.
El proyecto comenzó en 2005, como parte de un acuerdo con el gobierno vasco, dice Amaury Sosa Gutiérrez, ingeniero civil y especialista en la Planta de Hormigón. En 2006, se usaba menos del siete por ciento de áridos reciclados en las obras y en 2013 se aumentó al 42 por ciento. Entre 2009 y 2010 se amplió la inversión para el reciclaje de RCD, se construyeron nuevos laboratorios y una fábrica de bloques que actualmente produce 500 unidades diarias.
“En 2013 se introdujo la línea de reciclaje de escoria negra resultante del proceso de producción del acero en Antillana Siderúrgica José Martí. Esta la empleamos como filler y como árido en la confección de bloques”, añade Amaury.
Treinta y seis puestos de trabajo creados. Alrededor del 10 por ciento de la fuerza laboral son mujeres. Escuelas de taller y escuelas de oficios participan en los proyectos de rehabilitación de la Habana Vieja. Reducción de la dependencia a la industria nacional entre un 15 y un 20 por ciento. La Habana Vieja, no obstante, representa lo posible. Ese intento de articulación armoniosa entre academia, gobiernos locales, cooperación internacional e industria para intentar responder a las demandas de un municipio con un fondo habitacional que olvidó su fecha de caducidad y con sobrepeso de historia.
Pero no es suficiente. Todavía.
Penoso q con tanta necesidad de aridos, no exista la infraestructura para reutilizar la grandiosa cantidad de escombros generados, por lo menos en la Habana. Seria un gran ahorro para la economia, lo estudios estn realizados…..