En el prólogo de la segunda edición de Operación Masacre, aclara Rodolfo Walsh: “Simplemente quiero decir que si en algún lugar de este libro escribo ‘hice’, ‘fui’, ‘descubrí’, debe entenderse ‘hicimos’, ‘fuimos’, ‘descubrimos’”.
Yo –ahora, primero que todo lo demás– digo lo mismo.
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— Ojalá que nunca pases por algo así, de tú ver subir el agua, y aquella agua tú no ver cuándo baja. Y sube, sube, sube. Y ver que lo que te costó sudor y lágrimas se vaya a perder –dice Celina Vargas, vecina de Rodríguez no. 38.
Es duro haber perdido. Más duro aún: haber ido perdiendo. Estar ahí y saber que con cada tramo ganado por el agua hay algo que se va, que está a punto de irse, y no poder hacer nada.
La percepción del tiempo, entonces, se atenúa: la vida se mide en centímetros.
La mayoría de los damnificados en Diez de Octubre sabía de antes lo que era una inundación. La del 29 de abril no fue la primera y puede que no sea la última. Allí, como en el resto de los municipios, hay miedos compartidos por muchos. Y hay, asimismo, miedos raros.
El miedo a la lluvia, por ejemplo.
—Yo, cuando llueve y estoy en el trabajo, pienso: “Ay mi madre”. Y como conozco mi zona, yo digo: “Ojalá que no llueva tanto y que escampe un poquitico”. Y me pongo a rezar –dice Orestes Pérez, custodio, vecino de Maboa no. 5.
El 29 de abril de 2015, lluvias intensas, tormentas eléctricas y fuertes vientos azotaron La Habana. Al día siguiente, el diario Granma publicó una nota informativa firmada por el Estado Mayor de la Defensa Civil, en la que se enumeraban los municipios y zonas más afectados por las inundaciones.
Diez de Octubre no se menciona en esa nota, ni en “La capital bajo tormentas” (Juventud Rebelde, 30 de abril). Sin embargo, aparece nombrado en “Línea de tormentas eléctricas severas afectó a la capital” (Granma, 30 de abril), donde se dice que “ocurrieron inundaciones súbitas en zonas bajas de varios municipios como Centro Habana, Cerro, Plaza de la Revolución, Diez de Octubre y Playa”.
¿Qué pasó realmente en Diez de Octubre?
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De acuerdo con un vecino, por el apartamento de Yilian Guerra (Acosta entre Cortina y Figueroa) han pasado unas seis familias desde 2007. Ella, que está operada de cáncer y recibe quimioterapia, reside allí desde hace un año y seis meses. El 29 de abril, el agua, como siempre, entró por los tragantes, por el piso del cuarto y el de la cocina. Lo excepcional, ese día, fue que el agua acumulada en el pasillo –tan sucia como la de adentro– logró sobrepasar el pequeño muro que hay en la entrada. Nadie del Consejo de Defensa, ni del Consejo Popular, tocó a su puerta.
Salvo el deterioro del piso y las paredes, Yilian nunca ha sufrido pérdidas materiales, pues se ha ocupado de tomar las precauciones necesarias para evitarlo. No obstante, las aguas albañales constituyen una amenaza a su salud.
Iván Diéguez, vicepresidente de Construcción de Diez de Octubre desde finales de 2009 hasta septiembre o agosto de 2010, nos explica qué ocurre cuando llueve en la zona en que vive Yilian:
—No tiene tragantes pluviales. Lo que tiene es caída libre hacia el Mónaco, que es el área donde evacúa, por el canal del Mónaco. Entonces, cuando las lluvias son muy fuertes el sistema de alcantarillado, el que recoge las aguas albañales, se sobresatura y cuando encuentra en el camino alguna tupición, por pequeña que sea, porque el diámetro allá abajo no es muy grande (creo que son diez pulgadas lo que tiene, más o menos), si no se mantiene limpio suceden esas cosas.
Y nos dice –ya lo sabíamos– que en 2010 la casa de Armando y su esposa Olga Rosa López, vecinos de Yilian, se inundó completa, que lo perdieron casi todo.
—Pero además no era solamente el agua, era la mierda. La mierda flotaba dentro de la casa.
Porque –nos confirma Iván– el agua entra por las tazas y por los tragantes.
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En ese grupito de casas, apiñadas en un rincón de la calle Carmen, entre Cortina y Figueroa, donde el terreno desciende, viven ancianos de casi 80 años, un discapacitado mental, un bebé de cinco meses que nació el 7 de mayo. Le llaman El Hueco y todos son familia. El sistema de plomería es rudimentario. Las casas se dividen en dos bloques y entre ambos corre una zanja de agua infecta, en la que a veces desembocan los excrementos. No tienen alcantarillado. La humedad es continua; la tierra, blanda, pantanosa. El agua acumulada se escurre por un tragante que le queda pequeño, dicen, a una lluvia medianamente intensa.
Cuando llueve la zanja se desborda. El 29 de abril, el agua de la zanja entró a las casas y se mojaron dos ventiladores; las cazuelas de Yosleine Tamayo (26 años), con fecha de parto para dos días después, salieron flotando hacia el patio. El colchón donde dormía León Tamayo, discapacitado mental, se estropeó.
Cristóbal Fresneda, actual presidente del Consejo Popular Víbora –al que pertenecen Yilian y sus vecinos, así como El Hueco–, nos dice que su Consejo no reportó damnificados por las lluvias del 29 de abril.
Ni la Avenida de Acosta –la porción que pertenece a su Consejo– ni El Hueco están incluidos, según Cristóbal, en el mapa de zonas vulnerables. Estas se reducen al Mónaco y a los alrededores del Parque Figueroa. Por ende, ni Acosta ni El Hueco fueron tenidos en cuenta en el reporte, a pesar de que Yilian, apenas le comenzó a entrar el agua, llamó al puesto de mando de Diez de Octubre.
De acuerdo con Cristóbal, se está actualizando, en estos momentos, el estudio de las zonas vulnerables, que deben constar en el plan de reducción de desastres. El artículo 115 de la Ley No. 75 de la Defensa Nacional, vigente desde febrero de 1995, establece que “Los presidentes de las Asambleas Provinciales y Municipales del Poder Popular son los jefes de la Defensa Civil en el territorio correspondiente”, de ahí que sean los responsables de elaborar los planes de reducción de desastres territoriales, como determina el Anexo No. 2 de la Directiva No. 1 del Vicepresidente del Consejo de Defensa Nacional para la Planificación, Organización y Preparación del País para las Situaciones de Desastres.
—En ese estudio hay cosas que se han ido, que se han quitado y que han crecido. Y hay que actualizarlo. ¿Me entiendes? Porque cada vez que pasa un año tú tienes que actualizar las cosas.
El estudio al que se refiere Cristóbal, y que se encuentra en proceso de actualización, data de 2005. En junio de ese año, precisamente, fue puesta en vigor la Directiva No. 1 del Vicepresidente del Consejo de Defensa Nacional, donde se expresa que uno de los requisitos para que los planes se consideren actualizados es que “el plazo que medie entre los procesos de actualización no exceda los doce meses”.
Cristóbal nos asegura que ahora, con la información que le hemos dado, habrá que ir a El Hueco, a Acosta, y añadir esas áreas en el plan de reducción de desastres. También nos dice que el 29 de abril no se activó el Consejo de Defensa de su Zona, y que no se activó porque no tiene presidente, la máxima autoridad, quien lo activa o desactiva. Conforme con la Ley No. 75 de la Defensa Nacional, artículo 33, el presidente del Consejo de Defensa de una Zona debe ser designado por el Consejo de Defensa Municipal.
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Tania Barroso trabaja en el Cerro, en la Imprenta “Osvaldo Sánchez”. El 29 de abril, cuando comienza a llover, se preocupa. Esto no me lo dice ni yo se lo pregunto: es obvio. Ella sabe que su casa se inunda, que su padrastro está de guardia y que su madre y su hermana están solas allá. Las dos son ciegas.
—No sé cómo vas a poder entrar a tu casa –le dice algún compañero de trabajo–, porque eso debe estar lleno.
A las 4:30 p.m. termina su jornada laboral y un chofer de la imprenta se ofrece a llevarla. Sobre las 5:15 p.m. la deja en Rabí, entre San Leonardo y Enamorados. Ya escampó, pero debe esperar a que baje el agua para llegar a la casa (Maboa no. 7, apartamento 4).
Cuando llega, su madre y su hermana ya han sacado el agua.
El colchón que está abajo, donde duerme su madre, se mojó. Se mojaron los muebles, el arroz, una bolsa de leche de los niños.
Rosalia Montalbán, la madre de Tania, me explica que cuando se dio cuenta del nivel que había alcanzado el agua –que entra por el techo, por el tragante de la cocina, por la puerta que da al pasillo–, no le dio tiempo a hacer nada, que se sentó a esperar en la escalera.
En un rato, el único vestigio de la lluvia es el fango que cubre la calle y que los vecinos limpiarán al otro día. Tania va hasta San Leonardo, a casa de Jorge Luis Báez, el delegado –quien no accedió a ofrecernos una entrevista–, para explicarle su situación. No está él, pero habla con su esposa.
Báez, como todos lo conocen, los visita al día siguiente y –dice Rosalia– le tira fotos a la casa. En algún momento pasa una trabajadora social y el delegado le insiste en que a ellas hay que ayudarlas, que su caso es crítico. El apartamento, en el que viven cuatro adultos, dos niños y dos pollos, está declarado inhabitable desde hace unos diecinueve años.
Tania me explica que Maboa, su calle, está en una zona baja, donde muere el agua que viene de Vía Blanca y de Diez de Octubre. Por debajo pasa un río, que se desborda, y la gente tiene la pésima costumbre de echar basura –jabas, animales muertos, ofrendas a los santos– en las alcantarillas. Cuando llega aquí, por supuesto, el agua viene con la basura de otras cuadras, de otras circunscripciones.
Cristóbal Fresneda, presidente del Consejo Popular Víbora, nos había comentado, refiriéndose a los camiones de alta presión y a las brigadas que limpian las alcantarillas:
—Hay que fajarse duro. Si somos cubanos sabemos que esto es difícil, porque son quince municipios y están enredados. Los municipios priorizados en esta capital son Habana Vieja, Centro Habana y Plaza. Los demás tenemos que guapear.
Hasta la fecha, la madre de Tania continúa durmiendo en el colchón que se mojó.
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En 2005, a Elena Llaguno (55 años) la operaron de una hernia discal en el Hospital Calixto García. Tras la operación, comenzó a sentir una sensación extraña en una pierna. Un médico le dijo que pasaría. Luego tuvo que auxiliarse de un bastón para caminar. El bastón fue remplazado por dos muletas. En la actualidad, cuando se trata de grandes distancias, prefiere desplazarse en una silla de ruedas. Los dolores son terribles.
El 29 de abril, cuando empieza a tronar, baja las escaleras para desconectar el refrigerador y el televisor de su madre, que está en la iglesia. Su esposo se encuentra en el trabajo. Elena se sienta en un sillón, a descansar, antes de volver a subir. Ya llueve con fuerza.
—Esa cantidad de agua que está cayendo… ¿No se inundará esto? –se pregunta.
Ante la duda, Elena coge lo que está dentro del refrigerador, junto con la bandejita y los vasos que están encima, y lo coloca sobre la meseta. En los primeros peldaños de la escalera pone los cojines de los sillones, el ventilador y las gavetas de la comodita de su madre. Echa las cazuelas en un saco y lo deja en el lavadero. El colchón no alcanza a moverlo: es muy pesado.
Cuando se voltea, descubre que el agua ya entró al apartamento por la taza del baño –entrará, además, por la puerta.
Sentada en una silla, toma el televisor de su madre y lo pone encima de una mesa que el agua echará a perder. Sin pararse de la silla, arrastra la mesa y el televisor –que se mojará por la mitad– hacia la escalera, con la esperanza de colocarlo en uno de los peldaños más altos. No sabe cómo, pero lo consigue.
Los nervios le dan por gritar, por pedir auxilio. Al parecer, nadie la escucha –Lucía, una vecina, le dirá que sí la había escuchado, aunque no sabía de dónde venían los gritos–, y si la escuchan no acuden a ayudarla –“todo el mundo estaba en lo mismo”–, y si lo hubieran intentado, asegura, quizá no habrían podido hacer mucho, porque la puerta que da al pasillo no se abre. Ella trata de abrirla en algún momento y no lo logra. La presión del agua es demasiada y hay tanta afuera, en el pasillo, como adentro.
—Nunca –nos dice Elena, cuatro meses después de aquel miércoles– había vivido una cosa así.
Llama por teléfono a su esposo: está muy lejos de allí. Llama a su hijo, que está en Guanabacoa, pero no logra comunicar. Llama a un señor que trabaja con su hijo.
—Estoy por la Palma con el carro, pero voy para allá rápido –le dice él.
Este señor será el primero que llegue, un rato más tarde, y de inmediato irá a buscar a Arturo Font, padre de los hijos de Elena, quien apenas estará unos minutos, porque saldrá enseguida a buscar a la madre de Elena. Esos minutos bastarán para que contraiga leptospirosis.
En el centro de la habitación hay como un remolino. El agua la empuja y voltea los muebles y el refrigerador, que termina flotando.
No puede subir a la parte de arriba porque se lo impiden las cosas que ha puesto en la escalera, que quedarán, salvo el televisor, sepultadas por el agua. Se sienta en un sillón, a esperar. El agua no deja de subir. Le llegará casi a la altura del pecho.
Elena espera, sentada en el sillón, y mira cómo se mojan el reproductor de DVD, el colchón de su madre, lo que puso en la meseta; cómo se parte a la mitad la vitrina de cristal. Cuando haya pasado todo, descubrirá que se mojaron el dinero, la chequera, el ventilador, la batidora y las ropas de su madre, el saco con las cazuelas, los mandados. Las chancletas nunca aparecieron.
Cuando su esposo llega, por fin, él y otra persona sacan el agua con cubos de plástico.
Nadie del Gobierno Municipal –dice Elena– fue hasta su casa para ver qué había ocurrido. Sí fue el padre de la Parroquia de la Medalla Milagrosa. Oró, le sirvió de consuelo. Y le dio, luego, un colchón.
Desde el 29 de abril, a pesar de sus 55 años, Elena está integrada a la residencia de ancianos que radica en la Parroquia de la Medalla Milagrosa. La experiencia de ese día la afectó considerablemente, al extremo de que le resulta difícil conciliar el sueño desde entonces.
—Se vive con susto –nos dice–. No se vive tranquilo, porque cada vez que cae una gota de agua uno está asustado y piensa: “Ay, Dios mío, se está nublando”. Ya no está en uno.
Su madre, desde ese día, vive en Santa Emilia y Serrano, con la hermana de Elena.
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El párroco de la Medalla Milagrosa (Santos Suárez no. 366, entre Paz y San Julio) es español, tiene 78 años y llegó a Cuba en 1993. En 1997 le escribió una carta a Fidel Castro, en la que le solicitaba la aprobación de una casa de abuelos que desde 1995 venía funcionando en la parroquia, si bien pasaban mucho trabajo para conseguir, por ejemplo, alimentos. Cincuenta días después, asegura, recibió respuesta. La casa de abuelos fue aprobada –en la actualidad acoge a 170 ancianos–, lo que supuso que comenzaran a tener una subvención del Estado, en la que están comprendidos los alimentos.
Yudit Aguilera, presidenta de la Asociación Internacional de Caridad (AIC) de la parroquia, nos explica que esta, como cualquier otra, tiene un departamento de Cáritas, ayuda a los necesitados. Sin embargo, por ser congregación Paúl, la Parroquia de la Medalla Milagrosa se caracteriza por estar enfocada en la caridad. Su propósito, nos dice, es llegar a la comunidad y, sobre todo, a la cuadra.
En un número considerable de cuadras existe una casa misión, donde se reúnen con los hermanos que viven allí para pedir, orar, preocuparse por cada miembro que precise distintos sacramentos, aunque –nos aclara– se ayuda de manera espiritual y materialmente. Y en muchas de las cuadras hay lo que ellos llaman un Banco del Amor, que recibe el aporte de los vecinos para situaciones de necesidad.
En la medida de sus posibilidades, explica el párroco, animan a la comunidad para que se solidarice, coopere con los más necesitados.
—La caridad no es solo darles –dice Yudit–, sino buscar que los demás actúen con los medios que hagan falta.
A través de campañas y peticiones, de cuando en cuando reciben del exterior colchones, sábanas, ropa, comida. Asimismo, convocan a los jóvenes de la iglesia para que colaboren con la reparación –arreglos mínimos, imprescindibles– de las viviendas de los abuelos.
Su presencia en los barrios, y el conocimiento de quiénes son las personas más vulnerables –ancianos que viven solos y que pertenecen a la casa de abuelos, impedidos físicos–, permite que actúen con rapidez en casos de emergencia y/o necesidad. En un caso, digamos, como el de las lluvias del 29 de abril.
Ese día, les llegó el aviso de que la calle Zapotes estaba inundada. De acuerdo con Yudit, cuando trasladaron a los ancianos hacia sus casas, una vez que la lluvia amainó, se preocuparon por las personas afectadas, entre ellas Elena. Ayudaron a recoger, limpiaron.
La Parroquia disponía de 20 colchones, que fueron entregados según el orden de prioridad que tienen establecido: abuelos de la residencia, trabajadores de la parroquia y los más necesitados de las cuadras. Entregaron sábanas, ropa en algunos casos.
A Lucía Sánchez, cocinera de la parroquia y vecina de Elena –la que escuchó sus gritos de auxilio–, se le inundó la casa, donde viven unas dieciséis personas. Perdió muebles, colchones, equipos eléctricos, comida, ropa. Fue, por fortuna, una de las beneficiadas con la ayuda brindada por la parroquia, que le entregó alimentos, ropa y colchones.
Lucía nos comenta que nadie del gobierno local tocó a su puerta, que la presidenta de la Asamblea Municipal del Poder Popular estaba en la esquina de su cuadra, viendo cómo se había levantado la alcantarilla del río que pasa por esa zona, que su hija se le acercó para decirle en el estado en que se encontraba su casa y que la presidenta le contestó: “Sí, yo sé cómo se pone tu casa”.
—Es penoso decirlo –dice entre lágrimas Lucía–, porque somos cubanos, somos del mismo pueblo, luchamos por esto (yo soy militante del Partido), por echar pa’lante. ¡Que no hayamos tenido una atención! Es que no aparecimos ni en los centros espirituales.
Hoy, si quiere sentarse debe hacerlo en su cama, porque perdió las únicas sillas que tenía.
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Paula Díaz es auxiliar de cocina en la escuela primaria República de Panamá, ubicada en la calle Serrano. A las 3 p.m. su trabajo termina y puede irse.
El 29 de abril, Paula llega a su apartamento (Durege entre Zapotes y Santa Emilia) y se acuesta en la cama, que está en la parte de abajo, donde duermen habitualmente su esposo y ella. No sospecha que esa será, por un buen tiempo, la última vez que duerma en su cama, en ese colchón. En los meses que siguen, y hasta hoy, Paula y su esposo Dagoberto (70 años) dormirán separados, en la parte de arriba del apartamento, en un catre y un colchón inflable prestados.
La despiertan los gritos de unos muchachos que se bañan en la lluvia. Se asoma a la ventana y ve por dónde está el agua. De inmediato, sale a buscar a un vecino para que la ayude a subir algunas cosas a la parte de arriba, porque su esposo está en el trabajo. Cuando regresa, es demasiado tarde: el agua ya ha volteado el refrigerador.
Dagoberto Pérez, el esposo de Paula, me cuenta que se enteró de que en la tienda El Lucero, en Ayestarán, estaban entregándoles colchones a los damnificados. Él –dice– fue a averiguar a la tienda, una semana después de la inundación, y le contestaron que Diez de Octubre no había sufrido afectaciones el 29 de abril. Según Dagoberto, él le explicó a su delegada lo que le habían dicho en la tienda y le solicitó una respuesta, y ella le dijo:
—No tengo una respuesta, porque aquí eso no se ha querido reconocer.
Dagoberto –me cuenta– fue además a la sede de la Asamblea Municipal del Poder Popular, y allí le explicaron que no hay una línea para que todo el mundo resuelva, que cada municipio resuelve sus problemas con sus propios recursos.
O no los resuelve.
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Lina Rosa Álvarez es la delegada de la circunscripción 62, a la que pertenecen Paula y Dagoberto, y es diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Su pareja no vive en su casa (Zapotes y Durege). Su madre vive en Alamar. Ella, me dice, vive con sus dos hijos, uno de los cuales tiene cerca de 2 años.
El 29 de abril, el agua le entró por la puerta del frente, por los tragantes, por la taza del baño. Perdió libros, documentos, el expediente laboral. El televisor que estaba en el cuarto se estropeó. El colchón suyo se mojó completamente. Me cuenta que lo puso a secar y que hace quince días –la entrevisto el 12 de septiembre– lo volvió a colocar en la cama, porque estaba durmiendo en el sillón con su hijo más pequeño. Me explica que el niño estaba acostumbrado a dormir con ella en la misma cama, que no dura demasiado en la cuna, y que su situación es conocida por “muchas personas que tenían que saberlo”. Conversamos en la sala de su casa.
—¿Cuáles fueron las afectaciones en su circunscripción?
—Muchos damnificados. Efectos. Colchones. Personas que llegaron a su casa y cuando abrieron la puerta todo se había inundado. Personas a las que no les dio tiempo poner la compuerta porque tampoco estaban avisadas de esa agua, y perdieron muchos efectos. Que están esperando el colchón. Se anunció hace meses que se iba a dar el colchón y no se ha dado y estamos esperando. Que es lo único que se dijo que se iba a dar porque no estábamos en la lista de los damnificados, porque no aparecimos en ninguna lista.
Le digo que sí, que en Diez de Octubre hemos encontrado muchas personas damnificadas, muchas personas que perdieron el colchón, y que a casi nadie –de los que hemos podido entrevistar– se le ha dado.
—No lo atendieron –me dice–. En ese momento no lo atendieron ni lo han atendido todavía. Porque después sí se vio una voluntad, pero la voluntad se ha quedado en el aire porque la voluntad es que tú entregues el efecto que las personas necesitan, que no es el colchón. Este municipio al momento se informó. Porque yo lo informé. Al minuto que estaba pasando, que el agua todavía no estaba aquí adentro, yo estaba llamando.
—¿A dónde, al Municipio?
—Sí, a la Asamblea Municipal.
—¿Cuál fue la respuesta?
—No. No hay respuesta. Porque la respuesta es la solución, y no la hubo.
—¿Y no dan una respuesta de por qué no hubo solución, cuando en otros municipios sí existió? ¿No hay una respuesta como: “No podemos darles colchones porque no los hay”?
—En su momento se habló de que los más damnificados eran Centro Habana, Cerro. Pero nosotros tuvimos esa afectación. Hay que ver el agua cómo creció, cómo entró a las casas.
Le hablo a Lina Rosa de Dagoberto y Paula, de la tienda de Ayestarán y de que, según Dagoberto, allí le respondieron que Diez de Octubre no había tenido damnificados.
—Es verdad. Él vino muchas veces aquí a quejarse con ese tema y a traerme esa información. Además, todos los damnificados salieron hasta en el periódico. En el televisor hablaron de los damnificados. Diez de Octubre no salió en ninguna parte… No se reportaron.
—¿Se supone que los delegados o los presidentes de los Consejos son los que hacen un levantamiento y le reportan al Municipio, y después la Asamblea Municipal hace su reporte?
—La presidenta vino. Caminó las calles. Entró en algunas casas. Pero no hay respuesta. Sí, al otro día vinieron…, no, el mismo día vinieron, y al otro día hicieron otro recorrido. Mi presidenta del Consejo vino… Es que no quiero hablar tanto. Porque es triste que tú hables con personas y no haya una respuesta.
—Muchos damnificados nos han comentado: “Nos interesa, primero que todo, que vengan a preocuparse por nosotros, a darnos aliento” –le digo.
—Exacto.
—Y lo otro es que muchas personas dicen: “Diez de Octubre no estuvo considerado como un municipio afectado”.
—No… Yo no los pude ni atender. Porque estaba afectada con un niño chiquito. Un niño y una casa llena de fango. La vida es un poco complicada. A veces yo critico… Yo soy militante del Partido, y yo me digo a veces: “Los de la iglesia se ayudan más”. ¿Ves? Aquí no vino nadie a decirme “Déjame ayudarte a limpiar la casa”, con un niño chiquito.
—¿Usted vio que los de la iglesia lo hicieron?
—Los de la iglesia lo hacen. Se ayudan. Muchísimo. Y yo creo que en la iglesia hubieran venido para acá y hasta me hubieran limpiado la casa. Y yo tuve que…, un momentico con el niño, y limpia la casa. Que no es fácil un bebito, que no puede estar ni en el piso, que la piel esa no se le mejora desde que pasó lo del 29 de abril.
El niño, que nos acompaña, tiene la espalda, los brazos, erizados de punticos rojos. Lina Rosa me explica que es alergia, agravada a partir de la inundación.
—Porque no es fácil vivir en tanta inmundicia como la que vivimos ese día –dice.
—¿Sabe si se activó el Consejo de Defensa?
—No se activó nada. En ese instante no se activó nada. De verdad que no. Ahora yo estaba pensando en eso, y en lo estresada que me tiene este lugar.
Yamilet de la Caridad Romero, actual vicepresidenta de Distribución de Diez de Octubre, y presidenta del Consejo Popular Tamarindo en el momento de la inundación –Consejo al que pertenecen Tania y su madre, Elena, Lucía, Dagoberto y Paula, así como el resto de los damnificados de Maboa, Rodríguez, Zapotes, y Durege–, le pidió a Lina que hiciera una lista de las personas que habían perdido su colchón.
Lina Rosa aún conserva la agenda en que anotó los nombres de los afectados. Me la enseña. Trece personas en total. Dagoberto y Paula aparecen. Hay nombres que no teníamos identificados y faltan algunos que sí. En el encabezamiento de la lista, Lina Rosa escribió la fecha en que realizó el levantamiento, que coincide, más o menos, con la fecha en que le solicitaron que lo hiciera.
Ocho de junio de 2015 –un mes y nueve días después de las lluvias.
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Se jacta, entre otras cosas, de haber conseguido que asfaltaran una de las calles de su circunscripción, de su eficiencia. Cada diez minutos enciende un cigarro. Se llama Rafael Ortega, tiene 30 años, una moto, y es el delegado de la circunscripción 71, en Santos Suárez.
El 29 de abril –dice–, se inundaron las esquinas de Flores y Santos Suárez y de San Benigno y Enamorados. Me cuenta de un impedido físico que colgaba de la puerta de su casa, de una anciana que duerme en un sofá, de la decepción y el sentimiento de desamparo de la gente, causados por la apatía del gobierno municipal. Me habla, luego, del estado crítico en que se encontraban los tanques de basura en Diez de Octubre por las fechas de la inundación, de que los desperdicios fueron arrastrados por el agua –como ocurrió en Maboa– y tupieron aún más las alcantarillas.
El 30 de marzo de 2015, un mes antes de las lluvias, la sección “Acuse de recibo” de Juventud Rebelde, bajo el título “¿Qué hacemos con la ciudad?”, daba fe de la preocupación de un vecino de la zona por las montañas de basura acumulada en varias esquinas: San Julio y Enamorados, San Julio y Santos Suárez, Durege y San Bernardino, Durege y Zapotes, Durege y Santa Emilia. El periodista terminaba diciendo: “si no se toma el toro de la basura por los cuernos, digo, esta historia podría tener consecuencias dolorosas”. Y las tuvo.
Ya es de noche cuando Rafael me lleva a donde vive Yoel Tamayo, que perdió colchones, equipos eléctricos, y a cuya casa entró uno de los tanques de basura que había en la calle.
En los días que siguieron a las lluvias, Rafael, sin que nadie se lo pidiera, hizo una lista de las personas afectadas. Igual que Lina Rosa, todavía conserva la agenda en que anotó los nombres. Un total de 37 viviendas. En 22 de ellas habían perdido 29 colchones. Cuando la presidenta del Consejo Popular Tamarindo –que no accedió a ofrecernos una entrevista– le pidió tiempo después que hiciera una lista, la cual debería ser entregada en la Dirección Municipal de Trabajo (DMT), él tenía la tarea adelantada. Dice Rafael que Yamilet le dijo que iban a dar colchones.
Hasta el día de hoy, nadie ha recibido nada.
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Desde hace 14 años, Yudith Cuesta es la trabajadora social que atiende la circunscripción 62, a la que pertenecen la delegada Lina Rosa, Paula y su esposo Dagoberto.
De acuerdo con Yudith, 15 o 20 días después de las lluvias la autorizaron a pasar por las casas a hacer el informe social. Debe haber transcurrido más tiempo del que ella asegura, unos 15 días más aproximadamente, porque a Yudith, antes de ir a las casas, le hacen llegar del Consejo Popular la lista elaborada por Lina Rosa a petición de Yamilet, y la fecha de esa lista es 8 de junio. El delegado Rafael, que pertenece al mismo Consejo Popular, dice que la lista le fue solicitada meses después de las lluvias. Es improbable, pues, que el 20 de mayo Yudith tuviese en sus manos la lista de la circunscripción 62.
Dice que elaboró los informes, que primero visitó a los que tienen prioridad –ancianos solos, discapacitados– y luego a las personas que trabajan, que tal vez se le hayan quedado una o dos casas por visitar porque fue y no había nadie –y no ha regresado–, que entregó los informes –incluido el de Dagoberto– en la DMT en mayo o junio –seguramente junio– y que hasta la fecha no ha recibido respuesta, que ella cree que ni siquiera han pasado por el CAM (Consejo de Administración Municipal), que los vio antier –la entrevisto el 16 de septiembre– en la DMT.
Le pregunto que por qué piensa que aún no han pasado por el CAM.
—Se supone que los informes vayan al CAM, se discutan en el CAM y se queden en el CAM. Y baje una respuesta.
Varias personas se acercaron a Yudith para contarle de sus afectaciones, buscando una explicación. La lógica de ella es impecable:
—A mí me dieron un listado de solo 13 personas. Mañana me dicen: “Pasa por todas las casas donde perdieron colchones”, y yo paso.
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En la tienda El Lucero (Ayestarán), se les entregaron y vendieron colchones no a todos los damnificados por las lluvias del 29 de abril, como alguien le habían dicho a Dagoberto, sino a los del Cerro. Los de Centro Habana fueron y todavía son atendidos en la tienda Miralda (Galiano). Los de Habana Vieja, en Vanguardia (Monte).
Según Maura Castillo, administradora de El Lucero, los colchones de su unidad se fueron a buscar el 30 de abril, a los Almacenes Universales, en Berroa. El 2 de mayo llegaron los colchones a Miralda, según Fernando Gómez, administrador de esta tienda. Hubo momentos –dice Maura– en que se le estaban agotando los cochones, tampoco había en el almacén, y se los mandaron desde Centro Habana. Y hubo momentos en que fue ella quien auxilió a otra tienda en la misma situación.
El Lucero recibió, al inicio, 485 colchones cameros y 360 colchones personales. A los casos más críticos –dice Maura– no se les cobraron, ya que el gasto fue asumido por la DMT, que aún debe dinero. A otros, a los que sí se les vendió, se les ofrecieron opciones de pago.
Las personas afectadas, en el Cerro, debían ir con el carnet de identidad y un papel que les daba la DMT, que tenía censados los casos del municipio.
Los colchones se estuvieron vendiendo a lo largo de mayo, junio y, muy esporádicamente, en julio.
El Lucero cerró el mes de julio con un total de 174 colchones en el almacén. Maura, a mediados de agosto, pidió que se los liberaran y la autorizaron. Estos colchones se le vendieron a todo el que quiso y pudo comprarlos.
En un primer encuentro en la DMT, Yurima Correa, 2da. Jefa de Unidad de Trabajo Social, me dice que en la tienda Ellas Modas se les entregó colchones a los damnificados de Diez de Octubre –no se venden, me aclara, porque Asistencia Social se hace cargo de ese pago–, que esa unidad no solo brinda servicio a los damnificados sino a todos los asistenciados, y que los Consejos Populares con mayores afectaciones el 29 de abril fueron Sevillano y Víbora.
Le pregunto a Antonio Fonseca, administrador de la tienda Ellas Modas, cómo funcionó la entrega de colchones a los damnificados:
—No a damnificados. Aquí se atendieron los asistenciados sociales, que comprenden una gran cantidad de personas de diferente tipo: Tarea Victoria (personas con familiares presos), postrados, damnificados…
No me sabe decir con seguridad cuáles fueron los Consejos Populares que atendieron, porque el listado que tiene, según él, es general, con los diversos tipos de asistenciados.
—Me parece –dice– que son las personas de los Consejos donde hubo inundaciones… Tamarindo.
Ellas Modas, según me explica Antonio, trabajó con los colchones que ya tenía en la unidad para la venta liberada. La Dirección de Trabajo –dice– le hace la compra con el Acuerdo CAM, que viene del gobierno. Ahora no tiene colchones en la tienda, pero cree haber vendido más de 100 a asistenciados –entre ellos, los damnificados.
En un segundo encuentro con Yurima Correa, le comento que el administrador de Ellas Modas me habló del Consejo Popular Tamarindo, que ella no me había mencionado.
—Tamarindo es un consejo Popular con muchas afectaciones, con las personas muy necesitadas –dice–. Pero realmente, en estas lluvias de las que estamos hablando, no fueron afectados.
Le comento sobre los damnificados que hemos encontrado en ese Consejo.
—No, Tamarindo es afectado siempre –dice–. En todo. Si es derrumbe, derrumbe. Ellos son un Consejo bastante afectado.
Me explica Yurima que los damnificados pueden quejarse a la DMT o a los delegados, que los delegados, cuando les llega una queja, deben trasmitirla a la DMT, que la DMT envía un trabajador social a las casas para hacer un informe, que ese informe debe llegar a ellos, que hacen un expedientillo, que lo llevan al gobierno municipal y se discute en el CAM, quien aprueba, a partir del presupuesto con que se dispone, qué se entregará a quién.
Si hay damnificados que informan a sus delegados de la situación que padecen y nunca los visita un trabajador social, ¿de quién podría ser la responsabilidad en ese caso? ¿De los delegados, por no informar a la DMT, encargada de enviar a los trabajadores sociales? Yurima no se atreve a afirmarlo. Es un mecanismo en el que hay muchas personas involucradas. Incluso, me dice, es posible que el trabajador lo sepa y no llegue a la casa, o que haya pasado por la casa y no entregue el informe en la DMT.
Le pregunto a Yurima cómo se sabe que Diez de Octubre no fue un municipio con una cantidad de afectados equivalente a la de Habana Vieja, Centro Habana y Cerro, que si se hace un reporte en algún momento. Me aclara que la DMT no tiene nada que ver con eso. Luego, dice:
—Se supone que el gobierno municipal dé esa información al provincial, y ellos determinan quiénes son los más afectados.
En Habana Vieja, Centro Habana y Cerro, los damnificados por las lluvias del 29 de abril recibieron un tratamiento diferente. Baste mencionar que, de acuerdo con su administradora, El Lucero, la tienda del Cerro, trabajó exclusivamente en función de los damnificados los días 1ro. (feriado), 2, 3 y 4 de mayo, hasta las primeras horas de la madrugada. Pilar Pérez, Jefa de Unidad de Trabajo de la Habana Vieja, nos confirmó que en la tienda Vanguardia también se trabajó en la madrugada. Los colchones, a todas luces, fueron enviados específicamente para los damnificados del 29 de abril –el administrador de Miralda nos lo confirmó.
A la tienda de Diez de Octubre, sin embargo, no llegaron colchones destinados a cubrir las necesidades de las personas afectadas por las lluvias.
La situación en que un número considerable de personas sufre un número considerable de pérdidas, al unísono, es excepcional. Amén de que se puedan realizar ajustes en el presupuesto, es difícil que los gobiernos locales corran con el gasto, digamos, de todos los colchones necesarios para satisfacer las súbitas, imprevistas necesidades de muchos. Lo que sí puede hacer el gobierno es poner los medios a su alcance, concederles un tratamiento exclusivo –facilidades de pago–, otorgarles prioridad, evitarles la espera, agilizar el proceso. Esto fue lo que ocurrió en Centro Habana, Habana Vieja y Cerro. Eso fue lo que no ocurrió en Diez de Octubre.
¿Por qué este municipio fue excluido de esa acción de carácter excepcional? ¿Se le excluyó a pesar de que se conocía de la existencia de damnificados –por aquello de que los municipios “no priorizados” tienen que “guapear”? Resulta difícil creerlo, porque para que esto sucediera, para que Diez de Octubre fuese excluido de la entrega de medios a los damnificados aun sabiéndose la envergadura de sus daños, era necesario, en primera instancia, que el gobierno del municipio hubiese reportado a tiempo el número de damnificados, y esa información, en el caso del Consejo Popular Tamarindo, no se recogió sino hasta principios de junio. ¿Se le excluyó entonces porque no se sabía la magnitud de sus afectaciones –que fueron notables, aun si fuesen menores que las del resto?
De tales preguntas se desprenden otras dos: ¿Diez de Octubre reportó damnificados? Si no los reportó, como varios nos han insinuado, ¿por qué?
Hay indicios que apuntan a que no se reportaron, pero no podemos asegurarlo. La respuesta última, definitiva, nos la podían ofrecer en la Asamblea Municipal del Poder Popular. Insistimos de todas las formas posibles, porque nos interesaba conocer, asimismo, cómo se está preparando el municipio en pos de afrontar con éxito otros fenómenos similares al del 29 de abril, o peores, ya que estamos en temporada ciclónica; cómo pueden hacer suyas iniciativas loables, como la del Banco del Amor; o discutir la posibilidad de que se establezcan alianzas provechosas –con la Parroquia de la Medalla Milagrosa, por ejemplo. Desgraciadamente, se negaron a concedernos una entrevista. La única respuesta que recibimos fue la indiferencia, el silencio.
El 14 de agosto fuimos a la Asamblea Municipal del Poder Popular. Nos atendió Olivia, asesora de la presidenta, a quien le explicamos quiénes éramos, el trabajo que estábamos realizando, y le manifestamos nuestro deseo de entrevistarnos con la presidenta. Nos dijo que la presidenta seguramente nos atendería, que nos iba a llamar por teléfono, aunque, aclaró, era probable que nos concediera una entrevista para que le explicáramos en qué consiste Periodismo de Barrio. Se suponía que en ese primer encuentro acordáramos cuándo sería la segunda entrevista. No nos llamaron.
El 21 de agosto hablamos con Olivia, y nos explicó que la presidenta estaba de vacaciones. Llamamos el 24 de agosto, y Olivia nos dijo que contactáramos con Damián Cardonet, vicepresidente primero.
El 25 de agosto, Rosa, la secretaria de Damián, nos dijo que él no estaba ahí, que se encontraba en una escuela, y nos recomendó que llamáramos a las 3 p.m. Llamamos a esa hora. Estaba en una reunión.
El 26 de agosto llamamos a las 8:30 a.m. Damián estaba reunido con tres personas. Rosa nos pidió que llamáramos a las 10 a.m. Lo hicimos. Nada.
El 27 de agosto, llamamos a la 1:30 p.m. Damián había salido a ver un derrumbe ocurrido en Luyanó. Llamamos más tarde. Nada.
El 2 de septiembre nos presentamos en la Asamblea Municipal del Poder Popular. Hablamos con la vicepresidenta de Defensa, Rosalba. Le comentamos que hay personas que necesitaban no ya un colchón, sino atenciones mínimas. Rosalba comprendió lo que dijimos y nos preguntó qué información necesitábamos. Le pareció bien. Nos citó para el viernes 4 de septiembre y nos aseguró que ese día tendríamos una entrevista.
El 4 de septiembre nos recibió Julián Correa, secretario del CAM. Se suponía que nos habían citado para concedernos una entrevista, pero a Julián debimos explicarle quiénes somos, qué queremos. Nos dijo que antes de entrevistarnos era preciso que la presidenta lo autorizara. Le hablamos sobre los casos que habíamos encontrado en el municipio, mientras él garabateaba en su bloc.
Lina Rosa Álvarez sugirió que viéramos a Elizabeth, asesora de la presidenta, y que dijéramos que ella, delegada de la circunscripción 62, nos había enviado.
Elizabeth nos recibió el 15 de septiembre. Le explicamos el trabajo que habíamos estado realizando, lo que habíamos encontrado, la importancia de que nos concedieran una entrevista, y le pedimos que lo transmitiera a la presidenta. Ella tomó nota de todo. Dejamos nuestros contactos. Nunca recibimos una respuesta.
En mayo de 2015, dos semanas después de las lluvias, la presidenta reelecta de la Asamblea Municipal del Poder Popular, Bárbara Agón Fernández, expresó:
—El pueblo octubrino nos ha elegido, por lo que nos debemos a él, en la exigencia, en la atención, en el seguimiento a sus necesidades, y por sobre todo en su escucha, dando la respuesta necesaria y la oportuna solución a lo que depende de nosotros mismos.
En lo concerniente a las lluvias del 29 de abril, su gobierno no estuvo –no ha estado– a la altura de esas palabras.
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Yoel Tamayo, Olga Rosa López, Orlando Fernández, Orestes Pérez, Otilia Valdés, Adonis del Valle, Lázaro Milián, Olga Fortén, Raúl Rodríguez, Bárbara Pérez, Douglas Salt, Armando Arronte, Juana Mireya Sánchez, Lorenzo García, Ariel Arronte, Anastasio Camilo, Yosdany Hernández, Teresa García, Cristian Zaldívar, Julia Bernal, Geovanys Durrutí, Wilfredo Payé, Manuel Milán, Celina Vargas, Marisela Ortega, Orestes Riquenes, Reinier Alonso, Mercedes Miranda, Dagoberto Pérez, Pedro Pablo Muñoz, Belkys López, Orestes Aguiar, Ricardo Águila…
Muchos nombres. Muchas historias. Después de dos meses de trabajo en los barrios, a uno le quedan el desencanto de la gente, sus preguntas sin respuesta, sus reclamos.
No obstante, por ínfimos que parezcan si se los compara con la indolencia mostrada por el gobierno, hay detalles que merecen ser rescatados:
Cuando empezó la inundación, Yilian Guerra llamó al puesto de mando de Diez de Octubre y le enviaron un camión equipado para extraer el agua que se había acumulado. Posteriormente, por iniciativa propia, fue a Aguas de La Habana. Allí explicó cuál era su problema y la necesidad de que fuera resuelto. La persona de Saneamiento que la atendió le dijo que pondrían en la calle una válvula de clapeta –permite la salida del agua e impide la entrada– y que con eso se debía solucionar el problema. El 19 de agosto la pusieron.
La directora municipal de Trabajo entregó personalmente un colchón nuevo a León Tamayo, el discapacitado mental que reside en El Hueco.
Hace un mes y poco más, a Dagoberto y Paula se les informó que el subsidio solicitado por ellos para reparar el apartamento había sido aprobado: 28 200 pesos.
Las personas han tratado y en más de una ocasión han conseguido sobreponerse a golpe de esfuerzo, tenacidad, y gracias a la ayuda de familiares y amigos.
No todo es negro. Y con eso también nos quedamos.
*En este trabajo colaboraron Geisy Guia y Elaine Díaz.
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* En una versión previa aparecía mal escrita la palabra leptospirosis. Corregido el 22 de octubre de 2015.